viernes, 17 de agosto de 2012

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Anexo: Reflexiones


REFLEXIONES PARA TRANQUILIZAR LAS ALMAS ESCRUPULOSAS POR
S. ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
La tranquilidad de las almas escrupulosas debe apoyarse en la obediencia a sus directores.

La zozobra de los escrupulosos consiste únicamente en el temor de que en sus obras se mezcle no solo el escrúpulo, sino a mas cierta duda de que pecan, que les haga incurrir en el pecado. Es preciso persuadirse que obrando en virtud de obediencia a un confesor docto y piadoso, se obra, no ya sin razonable duda, sino al contrario, con aquélla firme seguridad que debemos tener en la infalible palabra de Jesucristo, según el cual, escuchando a sus ministros le escuchamos a él mismo: Quien a vosotros oye, a mi oye. (Luc. 10).

El superior legítimo a quien está confiada la dirección particular de la conciencia es indudablemente el confesor, como Io enseña con todos los autores S. Francisco de Sales. (Introducción a la vida devota) Igualmente dice Pinamopti (Directorio espiritual); Conviene muchísimo inculcar a los escrupulosos que la  seguridad en todo lo qua es evidente pecado consiste radicalmente en la sumisión de la voluntad a los ministros del Señor. Recorramos las vidas de los santos, y nos convenceremos de que no han encontrado un norte más seguro que el de la obediencia, y que se han fiado mes de la voz del confesor que de la inmediata de Dios. Vemos a pesar de lo dicho, que los escrupulosos prefieren más bien apoyarse en su propia juicio que en el Evangelio, el cual más dice: Quien a vosotros oye, a mi oye.
Afirma el P. Enrique Suson, que Dios no nos pide cuenta de lo que practicamos par obediencia.

Lo propio afirma S. Felipe Neri (In vita, lib 1, cap. 10) Los que desean aprovechar en el camino de Dios, se someten a un director prudente, a quien obedecer como al mismo Dios, asegurándose de este modo de no tener que dar cuenta de las propias acciones. Añade el Santo, que se tenga una viva fe en el confesor, porque el Señor no permitirá que se equivoque, no habiendo medio más seguro para cortar los lazos del demonio, que la sujeción de la propia voluntad a la de otro en el bien; como al contrario nada hay más peligroso por el pretender dirigirse por capricho. Lo confirma S. Juan de la Cruz (Tratado de las espinas, 1 3, coli. 4. 1 nº4) cuando dice en nombre del Señor: Siendo infiel a tus confesores lo eres a mi palabra, pues he dicho: El que a vosotros desprecia, a mi mismo desprecia; añadiendo (en el nº 8) El orgullo y la falta de fe son la causa de que no quedemos satisfechos con lo que nos dice el confesor.

Persuadámonos por lo tanto que obedeciendo al padre espiritual, podemos estar ciertos de no pecar. El más eficaz remedio para los escrupulosos, dice S. Bernardo, consiste en una ciega confianza en el confesor. Refiere Juan Gerson (Trat. de præp ad miss) que el mencionado S. Bernardo mandó a cierto discípulo suyo muy escrupuloso, que fuese a celebrar la misa descansando en su conciencia. Obedeció el discípulo, y quedó curado de sus escrúpulos. No faltará quien diga, añade Gerson: ¡Ojalá tuviera yo por director a un S. Bernardo! pero el mío solo es de medianos alcances. Contesta a esta objeción el mismo autor: Quisquis ita dicis, erras: non enim te commisisti in manibus hominis quia literatus etc,. sed quia tibi est prospositus. Quamobrem obedias illi, non ut homini sed ut Deo. Con mucha razón por lo tanto dice Sta. Teresa (Fund. cap 5) "Así como acá en un pleito muy dudoso se toma un juez y lo ponen en sus manos las partes, cansados de pleitear, tome nuestra lama uno, que sea el Prelado, o Confesor, con determinación de no traer más pleito, ni pensar más en su causa, sino fiar de las palabras del Señor, que dice: Quien a vosotros oye, a mi me oye, y descuidar de su voluntad. Tiene el Señor en tanto este rendimiento [y con razón, porque es hacerle señor del libre albedrío que nos ha dado] que ejercitándonos en esto una vez deshaciéndonos, otra vez con mil batallas pareciéndonos desatino lo que se juzga en nuestra causa, venimos a conformarnos con lo que nos mandan, con este ejercicio penoso: más con pena, o sin ella, en fin lo hacemos, y el Señor ayuda tanto de su parte, que por la misma causa que sujetamos nuestra voluntad, y razón por Él, nos hace señores de ella; etc." añadiendo la Santa, que de este modo merecemos el agrado de la divina voluntad.

Por este motivo S. Francisco de Sales hablando de la dirección del padre espiritual, indispensable para no tropezar por el camino del Señor, afirma que este es el consejo de los consejos. Por más que busquéis dice el piadoso Avila, no os será dable hallar con más seguridad la voluntad de Dios, como por el camino de esta humilde obediencia que tanto ensalzaron y practicaron los hombres devotos de la antigüedad. De modo, añade el P. Alvarez, que si se equivocase el padre espiritual, puede estar cierto de que no yerra el que sigue el parecer de aquel que Dios le ha dado por superior. Lo mismo sienta el P. Nieremberg. Obedeciendo al confesor no peca, aun cuando la materia fuese culpa, el que obra con intención de obedecer al que ocupa el lugar de Dios; persuadiéndose, como es cierto, que tiene obligación de obedecerle, siendo el confesor, como lo dicen los PP Rogacci  y Leccio, el intérprete de la divina voluntad.

Pueden servir de mucho consuelo para las almas timoratas tres máximas que enseñó S. Francisco de Sales (In Vita circ. fln. Mas 27) 1º Nunca se ha perdido ningún obediente. 2º Debemos contentarnos con saber por nuestro padre espiritual que caminamos bien; sin querer profundizar los motivos en que se apoya. 3º Lo mejor es abandonarse a ciegas en los brazos de la divina Providencia, en medio de las tinieblas y perplejidades de esta vida. Por esto, según el común sentir de los autores como S. Antonino, Navarro, Silvestre, la obediencia al confesor es la regla más infalible para aprovechar en el camino del Señor. Esta es, dice Tirilo con el P. Lacroix (L. 1 N. 434) la más recibida opinión de los SS. Padres y directores de espíritu.

Reflexionen igualmente los escrupulosos, que la obediencia no solo tranquiliza, sino que además es un deber tenerla ciega a sus directores, despreciando los escrúpulos y obrando con libertad en sus dudas. Lo enseña Natal Alejandro (Theol I. 3. c. 4. reg) Quod autem scrupuli aspernari debeans, accedente prudentis, pii, doctique directoris judicio, et contra illos sit agendum, constat ex c. Inquis etc. ut sup. Igualmente el P. Wigandt (Tr. 2 ex 2 q.) Non peccat qui agit contra scrupulos: immo aliquando est præcepti præsertim si accedat confessarii judicium. Este es el parecer de los citados autores, bien que secuaces de una doctrina rígida, y generalmente de todos los autores apud Salmant (Tr. 20. c. 7. n 10.). La razón está fundada en que el escrupuloso no desprendiéndose de sus escrúpulos corre riesgo de oponer un grave impedimento al cumplimiento de sus obligaciones, o al menos a su provecho espiritual, y de perder el juicio, la salud y la conciencia; hasta caer en la relajación y aún en la desesperación. Por esto S. Antonino y Gerson reprueban al escrupuloso que por un vano temor no vence los escrúpulos como se le manda: Caveas ad extremum, ne dum quæris securitatem in gravem suas præcipitationis fveam: cuidado que aspirando a seguir un camino demasiado seguro no te precipites en tu ruina.

Por esto el sobrecitado P. Wigandt afirma, que el escrupuloso debe obedecer a su director, con tal que lo que le manda no sea un pecado evidente: Nisi contra Deum (Director) præcepiat aperte. Concuerdan los autores en que en lo dudoso, esto es, donde no hay pecado evidente, debe obedecerse al prelado, como lo prueba la autoridad de S. Bernardo arriba citado: Quidquid vice, etc.; y la de S. Ignacio de Loyola: Obediendum in omnibus ubi peccatum non cernitur, id est in quibus nullum est manifestum peccatum. Lo mismo afirma Umberto, general de PP. Predicadores (In 1, de crud. Rel. c. 1.): Nisi aperte sit malum quod præcipitur, accipiendum est, ac si a Deo præciperetur. Igualmente dice el B. Dionisio Cartusiano (In 2. Dist. qu. 5): In dubiis, an sit contra præceptum Dei, standum præcepto prælati; quia etsi sit contra Deum, attalmen propter obedientiæ bonum non peccat subditus. Lo mismo enseña S. Buenaventura (In Spec. Disc. c. 4)

Por este motivo dice Gerson (Cons. 6): Scrupulosos contra scrupulos compescere melius quam pede certandum. Scrupulos compescere melius quam per contemptum nequimur, et regulariter non absque alterius, et præsertim superioris consilio. Alioquin timor immoderaturs, aut in colsuta præsumptio præcipiat: esto es, que debemos esperar el escrúpulo con intrepidez. Este remedio adoptaba san Felipe Neri, haciendo despreciar a los escrupulosos sus escrúpulos, como se lee en su vida. Además del remedio ordinario de descansar de todo y por todo en el juicio del confesor, aconsejaba a los suyos que despreciasen los escrúpulos. 

Prohibía a los escrupulosos que se confesasen con frecuencia, y cuando en la confesión observaba que entraban en escrúpulos, los mandaba que fuesen a comulgar sin escucharlos.
En una palabras, el escrupuloso debe fijar la vista en la obediencia, tener por vano el temor del escrúpulo, y obrar así con libertad. Tampoco se necesita, como dicen los moralistas (Busemb. de Conf. scrup c. 2, cum Sanc. Bech. Reg Fill.), hacer en cada acto particular el juicio expreso de que aquello es un escrúpulo, o de que debe despreciarse por obedecer al confesor: basta obrar contra el escrúpulo en fuerza del juicio formado de antemano; pues por la experiencia constante de la propia conciencia interviene habitual o virtualmente el mismo juez, bien que oscuro y confuso. Por esto añade Lacroix (Lib 1. n. 557 y Tamb. in Dec. c. z 8) con Vazq. Val. etc. que si en medio de la oscuridad no le es dable al escrupulos desprenderse tan fácilmente del temor, ni atender directamente a la obediencia debida al confesor, como sucede a ciertas personas que atemorizadas por la congoja y perplejidad de su conciencia no pueden sobreponerse al escrúpulo, no se peca en este caso no obstante el temor actual de pecar. 

La razón consiste en que habiéndose ya formado de antemano el expresado juicio de tales escrúpulos y de la obediencia en virtud de la cual deben despreciarse, se conceptúa que interviniese en nuestro caso el referido juicio, por más que impide advertirlo la fuerza del temor: debe por lo mismo despreciar este temor el escrupuloso, porque no forma un verdadero dictamen de conciencia. Explícitamente lo confirma y lo aprueba Gerson (In trac. de conf. et scrap): Conscientia formata es quando post discusionem et delibertionem ex definitiva sententia rationis judicatur aliquid faciendum, aut vitandum; et contra eam agere est peccatum. Timor vero scis scrupulus conscientias est quando mens inter dubia vacillat, nesciens ad quid potius teneatur, non tamen vellet omittere quod sciret esse platicum divinas voluntati, et iste timor, quam fieri potest, abjiciendus et exlinguendus. En resumen, dice Gerson que se peca obrando con la práctica que procede de conciencia formada, la cual existe cuando examinadas las circunstancias se juzga deliberadamente con sentencia definitiva lo que se debe practicar o lo que no, y se peca entonces obrando contra una tal conciencia. cuando el entendimiento duda o vacila, pero con el propósito de no hacer nada que disguste a Dios, esto, dice Gerson, no es verdadera duda, sino un vano temor que en lo posible debe despreciarse y rechazarse. De modo que existiendo positivamente en el escrupuloso la voluntad habitual de no ofender a Dios, es cierto, según Gerson, que no peca éste obrando con duda y con justa razón, por cuanto lo que se toma por duda no lo es, sino solo un vano temor.

Para cometer un pecado mortal debe concurrir una plena advertencia por parte del entendimiento, y un pequeño consentimiento deliberado por parte de la voluntad en querer una acción que ofende gravemente á Dios. Esta es doctrina indudable y común de todos los teólogos segun los Salmaticenses (Tr. 20. c. 11. n. 5), aún de los más rígidos como Giovenino,  d' Hahert y el rigorosísimo Genetto (L. 1. c. 9. de pec. in fin): Quíd si aliqua insit deliberatio, sed imperfecta, erit peecutum veníale non mortale. Lo enseñan igualmente los demás con el Doctor Angélico. (1, 2. qu. 88. n. 6.) Potest quod est mortate esse veniale propter imperfectioem actus, quia non plane pertinigit ad perfectionem actus moralis cum non sit deliberatus, sed subitus.

Sufran por lo tanto con resignación esta cruz las almas escrupulosas, y no desmayen en las mayores congojas que Dios les envía o permite para su provecho; este es para que sean mas humildes. Guárdense sí de las ocasiones cierta y gravemente peligrosas, encomiéndense al Señor con mayor frecuencia, confiando enteramente en su divina bondad. Recurran también a menudo a María Santísima , que se intitula y es efectivamente madre de misericordia y consuelo de afligidos. Teman incurrir en la ofensa de Dios allá donde la vean evidente; pero formada la resolución de morir mil veces antes que perder la divina gracia teman sobre todo dejar de obedecer a sus directores. Al contrario, obedeciéndoles a ciegas, pueden vivir seguros de que no les abandonará aquel Señor que a todos quiere salvarnos, y hace tanto aprecio de la buena voluntad, que nunca permite que se pierda un hijo obediente.

Ninguno esperó en el Señor , y fue confundido. (Eccl. 2. 11.)
Echando sobre él toda vuestra solicitud; porque El tiene cuidado de vosotros. (1 . Petr. 5.)
El Señor es mi iluminación y mi salud, ¿a quién temeré? (Ps. 26. l.)
En paz dormiré juntamente, y reposaré; porque tú, Señor, singularmente me has afirmado en la esperanza (Reg. 4, 9 et 10.)
En tí, Señor, esperé, no quede yo jamás confuso. (Ps. 30, 2)

jueves, 16 de agosto de 2012

Cap. XXVI: Perseverancia en la práctica de estos documentos

Capítulo XXVI 
Perseverancia en la práctica de estos documentos
1. El que ha escrito estos documentos no tiene en ellos la menor parte, habiéndolos recopilado de lo que dictaron los santos más ilustrados y maestros de la Iglesia, por cuyo motivo son muy seguros. No vaciles, pues, en el concepto que de ellos hayas formado, y en practicarlos.

2. Si te aplicares todo cuanto lees u oyes en los sermones, nunca conseguirás el sosiego del alma. Estos te dirán a la diestra, aquellos a la izquierda, dice san Francisco de Sales, pues aunque es una sola la doctrina, son diversos los maestros y escritores. Fáltales a unos la necesaria extensión de doctrina, a otros la práctica, a otros la bondad, claridad y precisión. Los mas, hablando a la multitud, suelen dar una señalada preferencia a la materia de que tratan, como la mortificación, el ayuno, la penitencia, sin explicar el modo de practicarlo, ni las causas de una justa y necesaria dispensa, por ser esto las más veces relativo de cada persona.

3. Sin dejar de apreciar pues debidamente todos los ministros del Señor, y de respetar los libros buenos, arregla no obstante tu conducta según el dictamen de tu director y del que te aconseja según la ciencia de los santos.

4. Con este motivo dice san Francisco de Sales, que para director y consejero debe elegirse a uno entre diez mil, y sujetarse luego invariablemente a sus dictámenes.

5. Sin esta convicción, solo hallarás en los libros y sermones un manantial de dudas e inquietudes, en grave detrimento de tu alma, aplicándote lo que no es para tí.

6. No olvides nunca lo que solía decir S. Felipe Neri, que apreciaba aquellos libros cuyos autores comenzaban por una S, esto es, Santos, con tal que también fuesen doctos, por cuanto Dios suele iluminarlos de un modo especial.

7. Siguiendo estos documentos tendrás por segura guía y director no al que los ha recopilado sino a S. Agustín, Sto. Tomás, S. Felipe Neri y en especial a San Francisco de Sales; santos en quienes todo el mundo admira gran santidad, gran doctrina y suma experiencia, que son los tres dotes indispensables para formar un consumado maestro en la Iglesia de Dios y una guía segura del alma.

Cap. XXV: Método en los propósitos

Capítulo XXV 
Método en los propósitos
1. No es útil abrazar a la vez muchas prácticas piadosas, sino separada y sucesivamente; empezando por vencer la pasión dominante.

2. Llamase pasión dominante aquella en que con más frecuencia se incurre, y es la raíz de las demás faltas. Arrancando la raíz se quitan también los retoños.

3. Debe combatirse la pasión dominante a la manera que un valiente sitiador combate la plaza enemiga, esto es progresivamente.

4. Si tu pasión dominante, es, por ejemplo, la cólera, haz propósito de no hablar cuando estés
encolerizado: y este propósito renuévale tres o cuatro veces al día, pidiendo perdón cuando advirtieres que has faltado.

5. Cuando notares que cumples este propósito con facilidad, forma otro, como el de rechazar todo pensamiento de inquietud y de enojo; luego el de tener compasión de los que nos importunan; después el de profesar afecto a los que te contrarían; y por último mirar la voluntad de Dios aún en aquellas cosas que contradicen la nuestra, dándole gracias de que se digne brindarnos con su precioso cáliz y con su amorosa cruz.

6. Aconsejan algunos santos la práctica de cualquiera ligera mortificación, o hacer un acto de esperanza o del amor de Dios, cuando conozcamos que hemos faltado en los propósitos. Pero cuando así se hiciere no debe considerarse como una obligación, ni ligarse, ni creer que se. incurre en falta si se omite.

7. Si advirtieres que has caído en alguna falta, sea la que fuere, di prontamente: "Señor, he obrado como quien soy, pecando. Mas vos haced como quien sois, perdonando. Os doy gracias de no haber obrado aún peor, pues en cuanto a mi dispuesto estaba a mayor caída." Y luego no se piense más por entonces en la falta cometida.

8. El mismo método progresivo que se ha indicado para vencer las pasiones, conviene también observarle para adquirir las virtudes. Empecemos con el propósito y la práctica de lo más fácil, para pasar gradualmente a lo más difícil.

9. No te contentes con resoluciones demasiados generales, como de ser comedido en el hablar, sufrido, casto, pacífico, etc. Este medio por lo común no produce ningún resultado.

10. La regla que nos dictan los santos y la prudencia, es emprender poco a la vez, y este poco perfeccionarlo progresivamente.


Cap. XXIV: Obediencia ciega al director

Capítulo XXIV 
Obediencia ciega al director
1. Sino prestas una ciega obediencia a tu director, de poco o nada te aprovecharán para perfeccionar el espíritu, las prácticas piadosas. En las palabras de tu director no debes escuchar los consejos o preceptos de un hombre, sino la voz de Dios. Todo anda seguro con la obediencia, y todo es sospechoso si ella, dice S. Francisco de Sales.

2. No olvides los siguientes documentos del mismo santo: Comer y descansar por obediencia es más agradable a Dios, que las vigilias y ayunos de los anacoretas sin aquella virtud. Comer por obediencia, esto es, por conformarse a la voluntad de Dios, es más meritorio que sufrir la muerte sin tal intención. Quien juzgándose inspirado para seguir otro camino, rehúsa obedecer, es un impostor.

3. Enemigos son de su propio sosiego aquellos que procuran atraer al director a su modo de pensar y de querer. Este es un orgullo tanto más peligroso cuanto menos conocido. El viajero no ha de enseñar el camino a quien le guía ni el enfermo indicar los remedios al médico.

4. Muy al contrario, dice san Francisco de Sales, es menester contentarse con saber del director que se camina bien, sin pedirle la razón.

5. Nota bien la diferencia que hace nuestro Santo entre el director y el confesor: Al director se le manifiesta toda el alma, y al confesor solo aquello que es pecado. Quiere pues el Santo que nada, nada quede en nuestro espíritu sin manifestarlo al director.

6. Con la constante obediencia y filiar confianza, pronta y universal a quien te dirige, conseguirás una maravillosa paz interior: sin la menor fatiga adquirirás muchos tesoros de gracia; y serás tanto más grande a los ojos de Dios cuanto seas más obediente a quien te habla en su nombre.

Cap. XXIII: Libertad de espíritu

Capítulo XXIII 
Libertad de espíritu
1. La libertad de espíritu que tanto nos encarecen los santos consiste en la abnegación de las
propias inclinaciones, por buenas que sean, para hacer únicamente la voluntad de Dios, y en obrar con una santa confianza y jovial franqueza

2. Ten presente lo que dice S. Francisco de Sales sobre El particular: El corazón: poseído de esta libertad no sujeta sus afectos a los ejercicios espirituales, de suerte que si la obediencia, la caridad, la enfermedad o la malicia, le impide practicarlos, llegue por esto a desazonarse, porque aún cuando se deban amar mucho, no conviene por esto atarnos a ello.

3. Una alma excesivamente atada a la meditación, al interrumpirla por acaso, la notáis mohina (descontenta) e inquieta; no así las almas que poseen una verdadera libertad de espíritu, las cuales reciben con amable semblante y con sosiego al inoportuno que con su presencia las distrae; porque lo mismo se sirve el Señor en la meditación, que sufriendo al prójimo. En lo uno y en lo otro se cumple con la voluntad de Dios, y en nuestro caso el sufrir al prójimo es más meritorio

4. De esta Santa libertad de espíritu nace una absoluta resignación en todo, y una tranquila
magnanimidad. S. Ignacio de Loyola no titubeó en comer en miércoles Santo, a la simple indicación del facultativo que lo juzgó conveniente por una leve indisposición que le molestaba. Un espíritu escrupuloso e indócil se hubiera hecho rogar tres días, dice san
Francisco de Sales, y después aún se hubiese arreglado a su modo. Dirijo esta advertencia a las almas buenas y tímidas,  y no a aquellas que engañándose á sí mismas, van mendigando indebidas licencias para eludir el precepto

5. La misma libertad de espíritu inspira igualmente al alma una consoladora confianza en Dios sobre los pecados pasados, sobre el estado actual del alma, y sobre nuestra salvación. Nosotros sabemos bien que no hemos merecido sino el infierno; pero sabemos también que Jesucristo ha merecido por nosotros el paraíso; y por lo mismo se haría un notable agravio á su bondad, si no se esperase el perdón de lo pasado, la asistencia para el presente, y la salvación para lo venidero. Debemos esperar más de la misericordia divina, que temer por nuestras culpas y pecados.

6. Aconséjote que evites empeñarte en votos particulares con la lisonjera esperanza de obtener mayores méritos pudiendo alcanzar tal vez lo mismo- por otros medios más asequibles y menos expuestos. El que hace votos semejantes se encontrará a menudo en
peligro de quebrantarlos y por consiguiente de pecar gravemente. Prescindiendo de otros inconvenientes, quien hace votos, suele obrar con excesivo temor, perdiendo así la paz interior tan indispensable para conseguir la perfección.

7. No faltan personas piadosas algo fáciles en aconsejar semejantes votos. Cuando esto te
sucediere, excúsate con humildad, pero al propio tiempo con energía. alegando que no te sientes con la extraordinaria virtud que se requiere para cumplirlos. S. Francisco de Sales reprobó y declaró nulos los votos de Sta. Juana de Chantal, no obstante de que los había hecho aconsejada de un docto y respetable director. A casi todas las personas ligadas con tales votos las he visto por lo común inquietas y en inminente peligro de grandes caídas.

8. No debe inducirte a proferir semejantes votos el ejemplo de algún santo o santa. El aspirar a ciertas prácticas extraordinarias de los santos, no es de ordinario inspiración divina, sino tentación ó temeridad. Dadme el espíritu de S. Bernardo, decía S. Francisco de Sales , y haré entonces lo que hacía S. Bernardo. Imitemos a los santos en sus virtudes y no en sus votos, porque en sus vidas se encuentran muchas cosas más propias para ser admiradas que para imitadas.

9. Tres condiciones se requieren para los votos arbitrarios, especialmente cuando son de difícil cumplimiento: 1º Inspiración extraordinaria para hacerlos. 2º Extraordinaria virtud para poder cumplirlos. 3º Extraordinaria tranquilidad para conservar la paz interior con su práctica.

10. Dice S. Pablo que donde reina el espíritu de Dios, allí existe también la libertad de espíritu. Dos son los medios que pueden procurárnosla: 1º menospreciando las tentaciones que nos combaten; 2º evitando la melancolía.

11. Aquel que no es tentado no recibirá corona. La palma se da solamente al vencedor no puede vencer sino aquel que combate.

12. Para resistir; las mas de las tentaciones, basta emplear un virtuoso desprecio, sin apelar a
sostener un choque abierto, de cuyas resultas pudiéramos quedar o vencidos, o turbados y afligidos en el seno de la victoria.

13. Si te ocurriere alguna tentación pertinaz, especialmente contra la pureza o la religión, prosigue la obra que tengas entre manos, sin contestar ni hacer caso de la sugestión enemiga. Y si en el acto acudieres a alguna jaculatoria , sea esta breve y sin ninguna relación con la tentación. Por ejemplo: Oh Jesús, vuestro amor y nada más: ¡Oh amor mío! ¿cuándo arderá mi corazón en amor vuestro?

14. Al levantarte por la mañana haz una protesta de no querer consentir ni de responder a la tentación, ni al tentador.

15. En las tentaciones sobre materias de fe, te será muy útil decir interiormente: No puedo, ni debo, ni quiero atender. No puedo, porque son cosas relativas a la infinita naturaleza de Dios; no debo, porque el mérito del verdadero creyente consiste en una humilde sumisión; no quiero, para dar a Dios un testimonio de confianza, no queriendo penetrar nada de todo aquello que nos ha enseñado el misterioso, pues dice Jesucristo: Bienaventurados los que no vieron y creyeron.

16. No te confíes de las tentaciones, de otra suerte es perenne el temor del pecado: tentación sentida y no consentida, es mérito y no pecado.

17. Obedece y vivirás tranquilo. Si observares en ti algún temor o inquietud acerca del estado de tu conciencia o de tu salvación, no lo consideres como inspiración sino como una tentación

18. Acuérdate que combatir contra los escrúpulos no es obrar la conciencia; antes al contrario, satisfaces los deberes de esta. Lee detenidamente los capítulos 5 y 4 de la 5ta parte de la Filotea, en donde encontrarás documentos importantísimos acerca de las tentaciones

19. Además de lo dicho hasta aquí, debes huir de la melancolía llamada muy justamente por san Francisco de Sales, invierno rígido que marchita la belleza del alma, debilita y anonada sus potencias. El melancólico es semejante a aquellos enfermos, cuyo estómago no pudiendo digerir ni buenos ni malos alimentos se aflige igualmente del bien y del mal.

20. Huye pues al punto que adviertas algún síntoma que te anuncie la presencia de tan peligroso adversario, buscando distracción hasta ahuyentarle enteramente. Fácil es impedir los primeros saltos; pero cuando el enemigo se ha apoderado de nosotros, el arrojarle es harto difícil.

Cap. XXII: Alegría del espíritu

Capítulo XXII 
Alegría del espíritu
1. No hay peor mal, después del pecado, que la melancolía, según S. Francisco de Sales.

2. Muchos hay que para vivir recogidos viven sumidos en la melancolía. ¡Deplorable ilusión! El recogimiento nace del espíritu y del amor de Dios y la melancolía del espíritu de tinieblas.

3. No perdamos de vista un solo instante el célebre principio de S. Francisco de Sales: que todo pensamiento que nos perturbe, no dimana de Dios, que es rey de paz, y mora en los corazones pacíficos.

4. Es necesario apelar a aluna recreación honesta, quedando de lo contrario el espíritu oprimido y demasiado concentrado, y por consiguiente más dispuesto a la tristeza. A más de esto, según Sto. Tomás, el huir de toda honesta recreación puede hacernos culpables. La virtud consiste en el orden, y como todo exceso se opone al orden, perjudica también a la virtud.

5. La recreación en nuestra vida ha de ser como la sal en los manjares: excesiva cantidad de sal los hace amargos; su falta empalagosos.

6. Así como no todos necesitan igual cantidad de alimento, otro tanto sucede con la recreación. Regulariza tus diversiones a lo que exija el temple de tu espíritu, la clase de tus ocupaciones y tu carácter más o menos dispuesto a la melancolía

7. Al observar que la melancolía se enseñorea de tu corazón, procura distraerte con objetos contrarios. Busca la compañía, aunque sea de los de tu casa, en defecto de otros: lee libros indiferentes o divertidos; paséate, canta apela a cualquier medio inocente para resistir a cualquier medio inocente para resistir a tan formidable enemigo. El pensamiento melancólico puede compararse al sonido de la trompeta enemiga, que reúne a los demonios para combatir.