Capítulo XXIII
Libertad de
espíritu
1.
La libertad de espíritu que tanto nos encarecen los santos consiste en la
abnegación de las
propias
inclinaciones, por buenas que sean, para hacer únicamente la voluntad de Dios, y
en obrar con una santa confianza y jovial franqueza
2.
Ten presente lo que dice S. Francisco de Sales sobre El particular: El corazón: poseído de esta libertad no
sujeta sus afectos a los ejercicios espirituales, de suerte que si la
obediencia, la caridad, la enfermedad o la malicia, le impide practicarlos,
llegue por esto a desazonarse, porque aún cuando se deban amar mucho, no
conviene por esto atarnos a ello.
3.
Una alma excesivamente atada a la meditación, al interrumpirla por acaso, la
notáis mohina (descontenta) e inquieta; no así las almas que poseen una
verdadera libertad de espíritu, las cuales reciben con amable semblante y con
sosiego al inoportuno que con su presencia las distrae; porque lo mismo se
sirve el Señor en la meditación, que sufriendo al prójimo. En lo uno y en lo
otro se cumple con la voluntad de Dios, y en nuestro caso el sufrir al prójimo
es más meritorio
4.
De esta Santa libertad de espíritu nace una absoluta resignación en todo, y una
tranquila
magnanimidad.
S. Ignacio de Loyola no titubeó en comer en miércoles Santo, a la simple
indicación del facultativo que lo juzgó conveniente por una leve indisposición
que le molestaba. Un espíritu escrupuloso e indócil se hubiera hecho rogar tres
días, dice san
Francisco
de Sales, y después aún se hubiese arreglado a su modo. Dirijo esta advertencia
a las almas buenas y tímidas, y no a
aquellas que engañándose á sí mismas, van mendigando indebidas licencias para
eludir el precepto
5.
La misma libertad de espíritu inspira igualmente al alma una consoladora
confianza en Dios sobre los pecados pasados, sobre el estado actual del alma, y
sobre nuestra salvación. Nosotros sabemos bien que no hemos merecido sino el
infierno; pero sabemos también que Jesucristo ha merecido por nosotros el
paraíso; y por lo mismo se haría un notable agravio á su bondad, si no se
esperase el perdón de lo pasado, la asistencia para el presente, y la salvación
para lo venidero. Debemos esperar más de la misericordia divina, que temer por
nuestras culpas
y pecados.
6.
Aconséjote que evites empeñarte en votos particulares con la lisonjera
esperanza de obtener mayores méritos pudiendo alcanzar tal vez lo mismo- por
otros medios más asequibles y menos expuestos. El que hace votos semejantes se
encontrará a menudo en
peligro
de quebrantarlos y por consiguiente de pecar gravemente. Prescindiendo de otros
inconvenientes, quien hace votos, suele obrar con excesivo temor, perdiendo así
la paz interior tan indispensable para conseguir la perfección.
7.
No faltan personas piadosas algo fáciles en aconsejar semejantes votos. Cuando
esto te
sucediere,
excúsate con humildad, pero al propio tiempo con energía. alegando que no te sientes
con la extraordinaria virtud que se requiere para cumplirlos. S. Francisco de
Sales reprobó y declaró nulos los votos de Sta. Juana de Chantal, no obstante
de que los había hecho aconsejada de un docto y respetable director. A casi
todas las personas ligadas con tales votos las he visto por lo común inquietas
y en inminente peligro de grandes caídas.
8.
No debe inducirte a proferir semejantes votos el ejemplo de algún santo o
santa. El aspirar a ciertas
prácticas extraordinarias de los santos, no es de ordinario inspiración divina,
sino tentación ó temeridad. Dadme el espíritu de S. Bernardo, decía S. Francisco
de Sales , y haré entonces lo que hacía S. Bernardo. Imitemos a los santos en
sus virtudes y no en sus votos, porque en sus vidas se encuentran muchas cosas
más propias para ser admiradas que para imitadas.
9.
Tres condiciones se requieren para los votos arbitrarios, especialmente cuando
son de difícil cumplimiento: 1º Inspiración extraordinaria para hacerlos. 2º
Extraordinaria virtud para poder cumplirlos. 3º Extraordinaria tranquilidad
para conservar la paz interior con su práctica.
10.
Dice S. Pablo que donde reina el espíritu de Dios, allí existe también la
libertad de espíritu. Dos son los medios que pueden procurárnosla: 1º
menospreciando las tentaciones que nos combaten; 2º evitando la melancolía.
11.
Aquel que no es tentado no recibirá corona. La palma se da solamente al
vencedor no puede vencer sino aquel que combate.
12.
Para resistir; las mas de las tentaciones, basta emplear un virtuoso desprecio,
sin apelar a
sostener
un choque abierto, de cuyas resultas pudiéramos quedar o vencidos, o turbados y
afligidos en el seno de la victoria.
13.
Si te ocurriere alguna tentación pertinaz, especialmente contra la pureza o la
religión, prosigue la obra que tengas entre manos, sin contestar ni hacer caso
de la sugestión enemiga. Y si en el acto acudieres a alguna jaculatoria , sea
esta breve y sin ninguna relación con la tentación. Por ejemplo: Oh Jesús,
vuestro amor y nada más: ¡Oh amor mío! ¿cuándo arderá mi corazón en amor
vuestro?
14.
Al levantarte por la mañana haz una protesta de no querer consentir ni de
responder a la tentación, ni al tentador.
15.
En las tentaciones sobre materias de fe, te será muy útil decir interiormente:
No puedo, ni debo, ni quiero atender. No puedo, porque son cosas relativas a la
infinita naturaleza de Dios; no debo, porque el mérito del verdadero creyente
consiste en una humilde sumisión; no quiero, para dar a Dios un testimonio de
confianza, no queriendo penetrar nada de todo aquello que nos ha enseñado el
misterioso, pues dice Jesucristo: Bienaventurados
los que no vieron y creyeron.
16.
No te confíes de las tentaciones, de otra suerte es perenne el temor del
pecado: tentación sentida y no consentida, es mérito y no pecado.
17.
Obedece y vivirás tranquilo. Si observares en ti algún temor o inquietud acerca
del estado de tu conciencia o de tu salvación, no lo consideres como
inspiración sino como una tentación
18.
Acuérdate que combatir contra los escrúpulos no es obrar la conciencia; antes
al contrario, satisfaces los deberes de esta. Lee detenidamente los capítulos 5
y 4 de la 5ta parte de la Filotea, en donde encontrarás documentos
importantísimos acerca de las tentaciones
19.
Además de lo dicho hasta aquí, debes huir de la melancolía llamada muy
justamente por san Francisco de Sales, invierno rígido que marchita la belleza del
alma, debilita y anonada sus potencias. El melancólico es semejante a aquellos
enfermos, cuyo estómago no pudiendo digerir ni buenos ni malos alimentos se
aflige igualmente del bien y del mal.
20.
Huye pues al punto que adviertas algún síntoma que te anuncie la presencia de
tan peligroso adversario, buscando distracción hasta ahuyentarle enteramente.
Fácil es impedir los primeros saltos; pero cuando el enemigo se ha apoderado de
nosotros, el arrojarle es harto difícil.
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