Capítulo XI
Resignación
1.
En todo cuanto te sucediere reconoce siempre la voluntad de Dios. La malicia toda
de los
hombres
y del demonio, no puede hacer que te suceda cosa alguna que Dios no quiera: por
esto nos dice Jesucristo, que ni un cabello caerá de nuestra cabeza sin la
voluntad del Padre celestial.
2.
Así, pues, en las enfermedades, en las injurias, en las tentaciones, o en
cualquiera otra adversidad, recorre al divino beneplácito, diciendo con el
corazón rendido y afectuoso: Fiat voluntas tua: Haced, Señor, de mí lo que
gustéis, como gustéis, y cuando gustéis.
3.-
Esta conformidad hace muy fáciles las cosas más difíciles y gravosas. Sta.
María Magdalena de Pazís decía: ¿No advertís cuanta dulzura se encierra en esta
sola palabra, VOLUNTAD DE DIOS? Así como la vara de Moisés volvió dulces las
aguas amargas , del mismo modo ella vuelve dulces las cosas más amargas.
4·.
Mas fallando esta luz y esta práctica de fe, se hace insoportable el trabajo;
y por esto decía
S.
Felipe Nerí : En esta vida no hay purgatorio, sino paraíso o infierno; porque
aquel que sufre las tribulaciones con paciencia, tiene el paraíso anticipado; y
quien no sabe resignarse, tiene el infierno.
5.
Dios no quiere ni puede querer el pecado, aún cuando quiera aquel daño que se
sigue del pecado de otro, No quiere , por ejemplo, el hurto, en. cuanto es
pecado, pero quiere el daño que procede del hurto. Por esto Job no atribuía a los Caldeos, ni al fuego, ni al viento, ni al demonio, las desgracias que le
sobrevinieron, sino a la voluntad de Dios; no mirando la vara que le hería,
sino la mano, que dirigía la vara, que era la mano de Dios: Según la voluntad del Señor, decía, así ha
sucedido. Bendito Sea. (Job 1. 21)
6.
Cuando nos vienen tribulaciones, Dios es quien nos las envía para nuestro mayor
provecho.
Aunque
repugne al enfermo la medicina, Se la prescribe el médico compasivo, porque
conoce que puede curarle su enfermedad. Considera , pues, cuan neciamente te
quejas de aquello mismo que debiera ser motivo de dar gracias al Señor.
7.
Según nuestro S. Francisco de Sales, la cruz es la puerta principal, y la
única, para entrar en el templo de la Santidad. Un instante de cruz es de mayor
precio que las dulzuras del paraíso. La felicidad de los santos en el cielo
consiste en gozar de Dios y la de los que viajan por este valle de lágrimas en
padecer por amor de Dios. Por esto llama Jesucristo bienaventurados a los que
lloran en el destierro, porque serán consolados en la patria: Beati qui lugent. (Ev. s San Mateo 5. 4)
8.
He dicho padecer por amor de Dios, a porque según advierte S. Agustín, nadie
ama las penas que
padece , aunque ame el padecer para ejercitar la virtud de la paciencia, y
conseguir el mérito y provecho que de ella le, han de resultar. La más cabal
resignación puede muy bien conciliarse con un sumiso deseo de librarnos de
nuestras aflicciones., pues esta es la voz de la naturaleza, que la gracia
perfecciona sin destruirla. Hasta el mismo Jesucristo pidió en el huerto a su
Padre. que le dispensase de beber el cáliz de la pasión. Así que no se te exige
una indiferencia
estoica e insensible, sino una noble resignación y una paciencia evangélica; y
he aquí lo que la razón y la fe de consuno (de común acuerdo) piden del cristiano.
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