jueves, 16 de agosto de 2012

Cap. XII: Perfección cristiana

Capítulo XII 
Perfección cristiana
1. El cristiano no está obligado a  ser perfecto, pero sí a aspirar a la perfección, la cual consiste, conforme lo declaran los Santos , en trabajar incesantemente para adelantar en la virtud. No adelantar en el camino de la perfección es retroceder.

2. Para adelantar en la virtud y de consiguiente aspirar a la perfección, no es necesario multiplicar penitencias, oraciones, y otras prácticas de piedad. Chistosa fue la respuesta que dio S. Francisco de Sales á ciertas religiosas, que después de haber hecho durante un año tres ayunos semanales, juzgaban que para adelantar en la perfección , debían ayunar cuatro en el año nuevo que comenzaban.
"Si para alcanzar la perfección, les, dijo el santo debéis ayunar cuatro veces por semana en el año que comenzamos, por la misma razón en el siguiente deberán ser cinco los ayunos, seis en. el otro, luego siete, esto es, toda la semana. Y a fin de ir siempre adelantando en la perfección con el aumento de ayunos, Será preciso después ayunar dos y tres veces en un
mismo día, y aun setenta u ochenta veces la que viviere muchos años".
Esta misma respuesta es aplicable a los demás ejercicios de piedad.

3. En vez, pues, de multiplicar las prácticas de piedad, que muchas veces mas oprimen que no recrean el espíritu. procura practicar mejor las devociones diarias, esto es, con espíritu más sosegado, con mayor afecto del corazón, y con mayor pureza de intención. Y si no pudieres practicar cómodamente todos los actos de devoción acostumbrados, redúcelos a menor número, a fin de que los puedas hacer con más tranquilidad. El espíritu de la perfección no consiste, según S. Bernardo, en hacer muchas cosas prodigiosas, sino en hacer las cosas comunes mejor de lo que comúnmente se hace: Communia facere, sed non communiter.

4. Lo más importante es cumplir con toda la perfección asequible los deberes del propio estado, por cifrarse en ellos la más sublime santidad. Ordenó Dios en la creación, que las plantas produjesen frutos, cada una según su género: esto es según su género: juxta genus suum. El alma, cual mística planta, debe dar frutos de santidad según su género; esto es, según su estado. No deben ser piadosos y santos por el mismo estilo, Elías en el yermo y David en el trono; y las mismas prácticas que santificaron a Samuel en el templo, no pudieran santificar a Josué en los campamentos. Instrucción es esta muy interesante para aquellos que estando en el siglo pretendiesen seguir la vida monástica; y morando en, palacios vivir como ermitaños. Todos los frutos son muy buenos, considerados en sí mismos; mas no todos son acomoda-dos a todas las plantas.

5. Uno solo es el fin de la perfección a saber: el amor de Dios, pero diferentes son los caminos que a El nos conducen: y aun los mismos santos siguieron diverso rumbo. S. Benito nunca reía, al contrario de S. Francisco de Sales que reía con todo el mundo, manifestando un espíritu de Santa jovialidad. S. Hilarión tenía por suma delicadeza hasta mudar de cilicio, mientras que Sta. Catalina de Sena veía en el aseo exterior un emblema de la pureza del alma. Si consultas á. S. Jerónimo, te parecerá que solo respira rigor; y a S. Agustín  no encontrarás sino el lenguaje del amor. A la manera que son, tan diferentes las fisonomías de los hombres, así también son de diferente temple los espíritus. La gracia perfecciona gradualmente la naturaleza sin cambiarla. No debemos, por lo tanto, ni imitar las diversas prácticas de los santos, ni tampoco reprobarlas; sino decir con David: Omnís spirítus laudet Domínum. Un prudente director te dirá lo que debes ó no. debes practicar.

6. Aunque incurras en algunas faltas o defectos, no te creas por esto separado del camino de la perfección: en faltas incurrieron también los mayores Santos, los cuales, según S. Agustín, deben decir con el apóstol S. Juan: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos , y la verdad no está en nosotros. ( I Juan 1. 8) Quien vino al mundo con la culpa, dice S. Gregorio Magno, no puede sin culpa vivir en el mundo.

7. Pero una cosa es amar las fallas y otra incurrir en ellas por debilidad y miseria, como hemos ya indicado, hablando de la confesión (nº 4). Únicamente lo primero impide la perfección. Por este motivo distinguen los doctos la tibieza de espíritu, en evitable e inevitable. La tibieza evitable es propia de los que aman el pecado: la inevitable de los que incurren en a ella con tranquilidad y confianza. Conseguiremos siempre pronto lo que deseamos, con tal que lo  obtengamos en aquel tiempo que sea Dios servido de otorgárnoslo.

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