Capítulo II
Sobre las
tentaciones
1.
Si Somos tentados señal es de que Dios nos ama, dice el Espíritu Santo. Los
mas amados de Dios
han sido también los más tentados. Dijo el ángel a Tobías: Por cuanto fuiste acepto á Dios fue necesario que te probase la
tentación (Tob. 12. 13)
2
No pidas al Señor que te libre de la tentación; pídele sí su gracia para
vencerla y para obrar
según
su divina voluntad. Aquel que rehúsa el combate, rehúsa también la corona.
Deposita en Dios
tu confianza, y Dios peleará en ti, contigo y por ti.
3.
Las tentaciones vienen del demonio y del infierno , dice San Francisco de
Sales; mas la aflicción que causan viene de Dios y del Paraíso. Las madres son
de Babilonia. pero las hijas de Jerusalén; Desprecia pues la tentación y abraza
la amargura con que Dios quiere purificar tu alma, para darte luego el lauro.
4.
Deja que sople el viento, y no creas que el susurro de las hojas sea el
estrepito de las armas. Es
indudable que un padre infinitamente amoroso, cual es Dios, no permite que sus
hijos sean tentados, sino para su mayor mérito y corona.
5.
Cuanto más tiempo durare la tentación, tanto más evidente es que no se ha
consentido. Muy a propósito dice S. Francisco de Sales: Cuando el demonio
insiste en llamar a las puertas de vuestro corazón, señal es de que aun no ha
entrado. El enemigo no hace estrépito de armas, ni asedia la plaza que tiene ya
conquistada. Si el combate prosigue; es prueba cierta que continúa también la
resistencia.
6.
Temes haber sido vencido cuando eres vencedor. Y nace este temor de confundir
el sentimiento con el consentimiento, la imaginación con la voluntad, el
conocer la tentación con el asentimiento a ella. la imaginación ordinariamente
no depende de nuestra voluntad. Estaba S. Jerónimo en el desierto, y no
obstante su resistencia, su fantasía le representaba las matronas romanas bailando:
tenia frio el cuerpo por la penitencia, y molestábale sin embargo el fuego de
la concupiscencia. Padecía el Santo en tan terribles combates, mas no pecaba; era
afligido; pero no culpable; antes al contrario, eran tanto mayores sus méritos
cuanto lo eran sus padecimientos.
7.
Decía a propósito S. Antonio Abad: Veo, pero no miro. Veo porque la fantasía
representa a
veces
lo que no se quiere; pero no miro porque la voluntad no lo acepta, ni se
complace en ello. El pecado, dice S.
Agustín, es tan voluntario, que sin la
voluntad no puede haber pecado (De vera religione, cap. 14, t. s.)
8.
El deleite de los sentidos y la viveza de la imaginación, son a veces tan
vehementes que al parecer arrastran; el asentimiento de la voluntad; mas no es
así: la voluntad sufre, pero no consiente; es combatida, pero no vencida.
Esta
es la ley de la concupiscencia de que trata S. Pablo, que es opuesta a la del
espíritu: produce sensaciones que no se quieren, y no por esto se quiere lo que
se siente.
9.
Frecuentemente te deja Dios en la duda de si, has o no consentido en la
tentación a fin
de
que no te separes de lo que te prescribe la obediencia. Así pues, cuando el
director te dice
que
no has consentido, debes creerle ciegamente y tranquilizarte, sin que te quede
el menor escrúpulo de que no te ha comprendido o de que no te has bien explicado.
Tales escrúpulos o temores son ardides del demonio para quitar el mérito de la
obediencia, pues, como se ha dicho, si se atendiese a semejantes temores se
eludiría todo acto de obediencia y no se miraría a Dios en la persona del
director.
10.
Tres cosas Se requieren para cometer un pecado mortal.
1º
Materia grave; 2º plena advertencia del
entendimiento; 3º plena deliberación de la voluntad respecto, a la mala acción,
omisión o causas. Sirvan estas reflexiones para tranquilizar tu espíritu,
cuando temas haber pecado; porque en un alma que teme á Dios, con dificultad se
reúnen dichas condiciones. Pero la tranquilidad más estable es la que viene de la
obediencia.
11.
En las tentaciones contra la fe y la castidad no te detengas en hacer actos
directamente contrarios; eleva tu corazón a Dios, Sin hablar de la tentación ni
aún con Dios mismo , Afín de no apreciar ni siquiera la idea de ella; ocúpate
en actos exteriores, y prosigue haciendo lo que tengas entre manos sin turbarle
ni contestar, al enemigo, como si no existiese la tentación. Así conservarás la
paz del corazón y se retirara confundido el demonio.
12.
Aún cuando las tentaciones durasen por toda la vida, no hay que turbarse ni
desalentarse:
la
corona será a la par de los méritos; procura solamente mantenerte firme en
despreciar las tentaciones y al tentador.
13. En sentir de los mas doctos teólogos ya
directores espirituales, el despreciar la tentación es un acto contrario de
obra mucho más eficaz que el de palabra. Léanse detenidamente los. capítulos 3º
y 4º de la parte IV de la Filotea, y se hallará en ellos mucha luz y gran
consuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario