Capítulo III
Oración
1.
Debemos practicar la oración y meditar frecuentemente sobre la pasión de N. S. Jesucristo,
sacando
de ella humildad, paciencia y caridad.
2. Si estando en la meditación u otros
ejercicios, experimentamos cierta sequedad o aridez, no por
esto debemos, turbarnos, ni menos creer que Dios está irritado contra nosotros;
muy al contrario, la oración hecha con aridez por lo regular, es la más
meritoria. Es a la verdad bien poco agradable para nosotros; pero lo es mucho
para con Dios, pues así se padece por su amor. Acordémonos que Jesucristo oró
también entre mortales angustias.
3.
Si alguna vez te pareciere que en la iglesia o en la oración eres como una
estatua o un candelero, considera entonces que así como las estatuas adornan
los palacios de los príncipes y los candeleros el altar, tú también, no
obstante la insensibilidad, sirves de grande ornato en la casa de Dios. Además
de esto, siempre recibe la criatura grande honor, honra y felicidad, con solo
poder presentarse delante de su Criador.
4.
Siempre que en el acto de la oración no consientas advertidamente o con malicia
en las distracciones, no trates de examinar el origen de ellas, a fin de no
inquietarte inútilmente. Vengan de donde vinieren, toma de ellas ocasión de
nuevos méritos, abandonándote en los brazos del Señor. Preguntado en cierta
ocasión san Francisco de Sales cómo le iba en la oración, respondió: No puedo decirlo, porque nunca me detengo á
examinarlo. Recibo tranquilamente lo que el Señor me envía: si consuelos; beso
la mano derecha de su misericordia; si sequedad y distracciones, adoro la
izquierda de su justicia. He aquí el mejor método, pues como dice el mismo
Santo: El que ama la oración, debe amarla
por amor de Dios; y el que ama la oración por amor de Dios no quiere ni más ni
menos que lo que Dios
quiere. Y en efecto, todo
cuanto nos acontece es precisamente lo que la voluntad de Dios tiene
determinado.
5. Es muy del caso tener presente la siguiente instrucción del mismo
Santo: Será hacer buena oración estarse
en paz y tranquilidad en presencia de nuestro Señor o bajo sus ojos, sin otro
deseo ni pretensión que el de estar en su compañía y contentarle. Y en otra
parte dice: No os hagáis fuerza por
hablar con el divino Amor, porque le hallaréis con sólo mirarle y dejaros ver.
6. Ved otro documento importantísimo del mismo Santo: Muchos no hacen diferencia entre Dios y el
pensamiento de Dios, entre la fe y el pensamiento de la fe; lo que es por
cierto error grande. Les parece que cuando no piensan en Dos, no están por eso
en su presencia; y esto es una ignorancia grosera: aunque una persona que sufre
el martirio por amor de Dios, no pensará quizá en Dios en aquel tiempo, sino
solamente en el tormento, y aunque entonces no tenga el pensamiento de la fe,
no deja por eso de merecer en virtud de su primera resolución, y de hacer un
acto de grandísimo amor. Hay grande diferencia entre el tener la presencia de
Dios, y el tener advertencia de Dios. Hasta aquí el Santo
7. La medida y extensión de nuestra oración debe ser conforme a la
situación de nuestro espíritu, y a las ocupaciones de nuestro estado
8. Quien alarga la oración hasta el término de fastidia y agravar el
espíritu se opone al fin de la misma oración, que es el de tener vivo el deseo
de glorificar a Dios. Esta doctrina declarada luminosamente por santo Tomás
debiera ser bien considerada de aquellas personas, por otra parte buenas, con
el ejercicio de la oración oprimen el espíritu en vez de recrearlo. El hombre
templado y reflexivo cesa de comer cuando cesa el apetito, o siente pesadez de
estómago, aunque los manjares que toma sean sanísimos, sabrosos, exquisitísimos.
Las oraciones vocales deben ser pocas, pero fervorosas. No la mucha
comida, sino la bien digerida da vigor a la persona. Más vale un Padre nuestro
o breve salmo dicho con tranquilidad y afecto, que muchos rosarios y oficios
rezados con prisa y ansa.
No conviene abrazar mucha materia para la meditación, sino poca y
conceptuosa. También conviene tener presente el consejo de los más doctos entre
los Padres de espíritu; esto es, que meditando debemos entretenernos más en los
afectos del corazón, que en los discursos del entendimiento; pues que la
reflexión es el medio, y el afecto es el fin.
Si alguna vez rezando
oraciones vocales que no sean de obligación, Dios os convida a meditar, seguid
su impulso, porque hacéis un cambio mejor y más grato a Dios mismo9. La oración debe hacerse con recogimiento y tranquilidad, y sin desazón. Oye Io que S. Francisco de Sales escribía a cierta persona excesivamente ansiosa y precipitada en sus actos de devoción: El excesivo afán que tienes de encontrar en la oración algún objeto que consuele tu alma, basta para que experimentes lo contrario de lo que buscas. Cuando con ansia deseamos encontrar una cosa, es muy común poner la vista y las manos cien veces encima de ella y no verla. De esa vana e inútil ansiedad note resultar sino sumo desfallecimiento en el espíritu, al que seguirá mucha frialdad y tibieza en el alma. Así hablaba el Santo.
10.
No sobrecargues jamás el espíritu con excesiva Oración, ya sea vocal ya sea
mental, Cuando el espíritu tiene tedio ó siente cansancio, es Io mejor
pudiendo, interrumpir o suspender la oración, y distraerse un poco con alguna
ocupación o discurso, o con cualquiera otro medio oportuno. Documento es este
de Sto. Tomás, y de otros maestros ilustrados, y
que
se debe observar constantemente. La experiencia enseña que del cansancio del
espíritu, nace el tedio, la frialdad y tibieza del alma. (S. Thom, 2. 3. q. 83. art. 14. in corpore)
11.
Nunca repitas las oraciones aunque te parezca haberlas rezado con distracción.
No es fácil imaginar
a cuales angustias puede conducir esta costumbre, que prohíbo absolutamente. Un
deseo habitual de estar recogidos durante la oración es lo bastante; pues en
opinión de S. Gregorio Magno, Dios premia tanto el buen deseo como la obra,
cuando el cumplimiento de ella no depende de nuestra voluntad. En las
distracciones involuntarias Dios nos retira su presencia, mas no su amor. Sta.
Teresa en medio de sus distracciones y sequedades, solía decir: Sí no hago oración hago a lo menos penitencia.
Y yo añado que se hace penitencia y oración a la vez: penitencia, por la pena
que aflige el espíritu; oración, por el deseo de hacerla.
12. No deben repetirse tampoco las oraciones
aunque asalten pensamientos contrarios á aquello mismo que se reza o medita, o
contra el mismo Dios: prosígase tranquilamente como si nada de esto
aconteciese, sin, hacer caso alguno de los, perros del infierno, que si pueden
ladrar no pueden morder. El demonio,
dice S. Agustín es un gigante formidable
para aquel que le teme y un niño débil para aquel quien le desprecia.
13.
Aún cuando todo el rato destinado a la oración lo emplee el entendimiento en
alejar las tentaciones y distracciones, sin que podamos concebir un solo
pensamiento bueno, enseña S. Francisco de Sales que no por esto dejamos de
hacer una oración tanto más meritoria cuanto más penosa, parecida a la del
Señor en el huerto ya en el Calvario. Tengamos presente que el pan sin azúcar
es preferible al azúcar sin pan: que debemos buscar al Dios de la consolación,
y no la consolación de Dios: que para ser grandes en la patria celestial, es
indispensable padecer en este destierro por Jesús y con Jesús
14.
Debemos igualmente convencemos, de que no habla de la oración actual la Sagrada
Escritura al prescribir la oración continua. Esta es imposible durante nuestra peregrinación.
Lo qué se nos pide es el continuo deseo de glorificar a Dios en todas nuestras
obras: este debe ser habitual en nosotros, pues como dice S. Agustín: Sí tu deseo es frecuente, tambíen lo es tu oración; y sí aquel
es continuo, esta lo es igualmente (Desiderium tuum oratio tua est, et si
continuum desiderium contiuna oratio, ... Quidquid aliud ugas sí desideras non
iptermittis orare. In Psalm 37)
15.
Tampoco debemos abandonar las ocupaciones análogas a nuestro estado, para hacer
oración á nuestro arbitrio. Las ocupaciones anejas a nuestra posición hacen veces
de oración, obteniéndonos las gracias que necesitamos, y que se prometen al que
debidamente las pide, conforme lo enseña Sto. Tomás (Si vero id quod petitur
est utile ad beatitudinem hominis: meretur illud non solum orando, sed etiam
alia bona opera faciendo, et ideo indubitanter accipit quod pétit. San Thom. 2.
2. q. 83 art. 15 ad 4) Pues de mucho más mérito es trabajar por amor de Dios,
que entretenerse pensando en Dios, como se practica en la oración. (Tota die
laudem tuam: tota die Deum laudare quia durat? auggero remedium Quidquid egeris
bene age, et laudasti Deum. S. Agustinus in ps. 34. erarr. 2.)
16
Repite frecuentemente las oraciones llamadas jaculatorias, esto es, aquellas
breves aspiraciones y afectuosas exhalaciones que dirige el alma a Dios. De
estas escribe S. Francisco de Sales, que suplen la falta de todas las demás
oraciones, ya que todas las demás oraciones no pueden suplir la falta de aquellas.
17.
Las jaculatorias pueden usarse en todo tiempo y lugar, y en medio de cualquiera
ocupación a
la manera que se toman los caramelos o tabletillas para dulcificar la boca y confortar
el estomago, sirven también las jaculatorias para recrear el espíritu.
18.
Los primitivos monjes, de quienes habla S. Agustín, teniendo que procurarse el
sustento
con
su cotidiano trapajo, no podían prolongar. sus oraciones. Suplían esta falta
con frecuentes jaculatorias, y así su
oración venía a ser continua como su trabajo.
19.
Ruégote encarecidamente que procures con toda eficacia adelantar en la práctica
de tan importante y fácil ejercicio, preferible al de muchas oraciones vocales,
cuya multiplicación es más propia para secar las fauces que para ilustrar el
espíritu
20.
Para la oración aconseja Sta. Teresa, que tomemos una postura cómoda, a fin de
que el entendimiento no se distraiga, y se fije en lo que se medita y en Dios.
No te fatigues pues en permanecer largo rato de rodillas: basta que se postre
reverentemente ante Dios el espíritu, con la debida reverencia, confianza y
amor.
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