martes, 14 de agosto de 2012

Cap. III: Oración

Capítulo III 
Oración
1. Debemos practicar la oración y meditar frecuentemente sobre la pasión de N. S. Jesucristo,
sacando de ella humildad, paciencia y caridad.

2. Si estando en la meditación u otros ejercicios, experimentamos cierta sequedad o aridez, no por esto debemos, turbarnos, ni menos creer que Dios está irritado contra nosotros; muy al contrario, la oración hecha con aridez por lo regular, es la más meritoria. Es a la verdad bien poco agradable para nosotros; pero lo es mucho para con Dios, pues así se padece por su amor. Acordémonos que Jesucristo oró también entre mortales angustias.

3. Si alguna vez te pareciere que en la iglesia o en la oración eres como una estatua o un candelero, considera entonces que así como las estatuas adornan los palacios de los príncipes y los candeleros el altar, tú también, no obstante la insensibilidad, sirves de grande ornato en la casa de Dios. Además de esto, siempre recibe la criatura grande honor, honra y felicidad, con solo poder presentarse delante de su Criador.

4. Siempre que en el acto de la oración no consientas advertidamente o con malicia en las distracciones, no trates de examinar el origen de ellas, a fin de no inquietarte inútilmente. Vengan de donde vinieren, toma de ellas ocasión de nuevos méritos, abandonándote en los brazos del Señor. Preguntado en cierta ocasión san Francisco de Sales cómo le iba en la oración, respondió: No puedo decirlo, porque nunca me detengo á examinarlo. Recibo tranquilamente lo que el Señor me envía: si consuelos; beso la mano derecha de su misericordia; si sequedad y distracciones, adoro la izquierda de su justicia. He aquí el mejor método, pues como dice el mismo Santo: El que ama la oración, debe amarla por amor de Dios; y el que ama la oración por amor de Dios no quiere ni más ni menos que lo que Dios
quiere. Y en efecto, todo cuanto nos acontece es precisamente lo que la voluntad de Dios tiene determinado.

5. Es muy del caso tener presente la siguiente instrucción del mismo Santo: Será hacer buena oración estarse en paz y tranquilidad en presencia de nuestro Señor o bajo sus ojos, sin otro deseo ni pretensión que el de estar en su compañía y contentarle. Y en otra parte dice: No os hagáis fuerza por hablar con el divino Amor, porque le hallaréis con sólo mirarle y dejaros ver.

6. Ved otro documento importantísimo del mismo Santo: Muchos no hacen diferencia entre Dios y el pensamiento de Dios, entre la fe y el pensamiento de la fe; lo que es por cierto error grande. Les parece que cuando no piensan en Dos, no están por eso en su presencia; y esto es una ignorancia grosera: aunque una persona que sufre el martirio por amor de Dios, no pensará quizá en Dios en aquel tiempo, sino solamente en el tormento, y aunque entonces no tenga el pensamiento de la fe, no deja por eso de merecer en virtud de su primera resolución, y de hacer un acto de grandísimo amor. Hay grande diferencia entre el tener la presencia de Dios, y el tener advertencia de Dios. Hasta aquí el Santo

7. La medida y extensión de nuestra oración debe ser conforme a la situación de nuestro espíritu, y a las ocupaciones de nuestro estado

8. Quien alarga la oración hasta el término de fastidia y agravar el espíritu se opone al fin de la misma oración, que es el de tener vivo el deseo de glorificar a Dios. Esta doctrina declarada luminosamente por santo Tomás debiera ser bien considerada de aquellas personas, por otra parte buenas, con el ejercicio de la oración oprimen el espíritu en vez de recrearlo. El hombre templado y reflexivo cesa de comer cuando cesa el apetito, o siente pesadez de estómago, aunque los manjares que toma sean sanísimos, sabrosos, exquisitísimos.
Las oraciones vocales deben ser pocas, pero fervorosas. No la mucha comida, sino la bien digerida da vigor a la persona. Más vale un Padre nuestro o breve salmo dicho con tranquilidad y afecto, que muchos rosarios y oficios rezados con prisa y ansa.
No conviene abrazar mucha materia para la meditación, sino poca y conceptuosa. También conviene tener presente el consejo de los más doctos entre los Padres de espíritu; esto es, que meditando debemos entretenernos más en los afectos del corazón, que en los discursos del entendimiento; pues que la reflexión es el medio, y el afecto es el fin.
Si alguna vez rezando oraciones vocales que no sean de obligación, Dios os convida a meditar, seguid su impulso, porque hacéis un cambio mejor y más grato a Dios mismo

9. La oración debe hacerse con recogimiento y tranquilidad, y  sin desazón. Oye Io que S. Francisco de Sales escribía a cierta persona excesivamente ansiosa y precipitada en sus actos de devoción: El excesivo afán que tienes de encontrar en la oración algún objeto que consuele tu alma, basta para que experimentes lo contrario de lo que buscas. Cuando con ansia deseamos encontrar una cosa, es muy común poner la vista y las manos cien veces encima de ella y no verla. De esa vana e inútil ansiedad note resultar sino sumo desfallecimiento en el espíritu, al que seguirá mucha frialdad y tibieza en el alma. Así hablaba el Santo.

10. No sobrecargues jamás el espíritu con excesiva Oración, ya sea vocal ya sea mental, Cuando el espíritu tiene tedio ó siente cansancio, es Io mejor pudiendo, interrumpir o suspender la oración, y distraerse un poco con alguna ocupación o discurso, o con cualquiera otro medio oportuno. Documento es este de Sto. Tomás, y de otros maestros ilustrados, y
que se debe observar constantemente. La experiencia enseña que del cansancio del espíritu, nace el tedio, la frialdad y tibieza del alma.  (S. Thom, 2. 3. q. 83. art. 14. in corpore)

11. Nunca repitas las oraciones aunque te parezca haberlas rezado con distracción. No es fácil imaginar a cuales angustias puede conducir esta costumbre, que prohíbo absolutamente. Un deseo habitual de estar recogidos durante la oración es lo bastante; pues en opinión de S. Gregorio Magno, Dios premia tanto el buen deseo como la obra, cuando el cumplimiento de ella no depende de nuestra voluntad. En las distracciones involuntarias Dios nos retira su presencia, mas no su amor. Sta. Teresa en medio de sus distracciones y sequedades, solía decir: Sí no hago oración hago a lo menos penitencia. Y yo añado que se hace penitencia y oración a la vez: penitencia, por la pena que aflige el espíritu; oración, por el deseo de hacerla. 

12. No deben repetirse tampoco las oraciones aunque asalten pensamientos contrarios á aquello mismo que se reza o medita, o contra el mismo Dios: prosígase tranquilamente como si nada de esto aconteciese, sin, hacer caso alguno de los, perros del infierno, que si pueden ladrar no pueden morder. El demonio, dice S. Agustín es un gigante formidable para aquel que le teme y un niño débil para aquel quien le desprecia.

13. Aún cuando todo el rato destinado a la oración lo emplee el entendimiento en alejar las tentaciones y distracciones, sin que podamos concebir un solo pensamiento bueno, enseña S. Francisco de Sales que no por esto dejamos de hacer una oración tanto más meritoria cuanto más penosa, parecida a la del Señor en el huerto ya en el Calvario. Tengamos presente que el pan sin azúcar es preferible al azúcar sin pan: que debemos buscar al Dios de la consolación, y no la consolación de Dios: que para ser grandes en la patria celestial, es indispensable padecer en este destierro por Jesús y con Jesús

14. Debemos igualmente convencemos, de que no habla de la oración actual la Sagrada Escritura al prescribir la oración continua. Esta es imposible durante nuestra peregrinación. Lo qué se nos pide es el continuo deseo de glorificar a Dios en todas nuestras obras: este debe ser habitual en nosotros, pues como dice S. Agustín: Sí tu deseo es frecuente, tambíen lo es tu oración; y sí aquel es continuo, esta lo es igualmente (Desiderium tuum oratio tua est, et si continuum desiderium contiuna oratio, ... Quidquid aliud ugas sí desideras non iptermittis orare. In Psalm 37)

15. Tampoco debemos abandonar las ocupaciones análogas a nuestro estado, para hacer oración á nuestro arbitrio. Las ocupaciones anejas a nuestra posición hacen veces de oración, obteniéndonos las gracias que necesitamos, y que se prometen al que debidamente las pide, conforme lo enseña Sto. Tomás (Si vero id quod petitur est utile ad beatitudinem hominis: meretur illud non solum orando, sed etiam alia bona opera faciendo, et ideo indubitanter accipit quod pétit. San Thom. 2. 2. q. 83 art. 15 ad 4) Pues de mucho más mérito es trabajar por amor de Dios, que entretenerse pensando en Dios, como se practica en la oración. (Tota die laudem tuam: tota die Deum laudare quia durat? auggero remedium Quidquid egeris bene age, et laudasti Deum. S. Agustinus in ps. 34. erarr. 2.)

16 Repite frecuentemente las oraciones llamadas jaculatorias, esto es, aquellas breves aspiraciones y afectuosas exhalaciones que dirige el alma a Dios. De estas escribe S. Francisco de Sales, que suplen la falta de todas las demás oraciones, ya que todas las demás oraciones no pueden suplir la falta de aquellas.

17. Las jaculatorias pueden usarse en todo tiempo y lugar, y en medio de cualquiera ocupación a la manera que se toman los caramelos o tabletillas para dulcificar la boca y confortar el estomago, sirven también las jaculatorias para recrear el espíritu.

18. Los primitivos monjes, de quienes habla S. Agustín, teniendo que procurarse el sustento
con su cotidiano trapajo, no podían prolongar. sus oraciones. Suplían esta falta con frecuentes  jaculatorias, y así su oración venía a ser continua como su trabajo.

19. Ruégote encarecidamente que procures con toda eficacia adelantar en la práctica de tan importante y fácil ejercicio, preferible al de muchas oraciones vocales, cuya multiplicación es más propia para secar las fauces que para ilustrar el espíritu

20. Para la oración aconseja Sta. Teresa, que tomemos una postura cómoda, a fin de que el entendimiento no se distraiga, y se fije en lo que se medita y en Dios. No te fatigues pues en permanecer largo rato de rodillas: basta que se postre reverentemente ante Dios el espíritu, con la debida reverencia, confianza y amor.

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