martes, 14 de agosto de 2012

Cap. V: Confesión

Capítulo V 
Confesión
1 Siendo la confesión un sacramento de misericordia, debemos recibirlo con alegría de espíritu y viva confianza. Es de parecer de S. Francisco de Sales que un cuarto de hora, en los casos ordinarios, basta para el examen de los que se confiesan cada ocho días, y menos aún para excitarse a dolor, necesitando menos tiempo todavía los que se confiesan más a menudo.

2. Aunque por olvido omitamos en la confesión algunas faltas, también quedan estas perdonadas. He aquí un precioso documento del mencionado Santo: No debemos inquietaron por no acordarnos de nuestras fallas para confesarlas, no siendo de presumir, que haciendo con frecuencia el examen deje de practicarse debidamente para acordarse de las faltas importantes. No debemos ser nimios hasta el extremo de querer confesarnos hasta de las más pequeñas imperfecciones, y de los más ligeros defectillos. Una humillación de espíritu, un suspiro, es suficiente para borrarlas. No digas pues que tienes pecados ocultos de los cuales no te confiesas. Esto es un lazo del demonio para inquietarte.

3. Puedes estar seguro de que cuanto más examinares la conciencia, menos hallarás. De otra parte un examen demasiado minucioso, ofusca el entendimiento y debilita el afecto.

4. Será igualmente de suma importancia para la práctica, el siguiente documento de S. Francisco de Sales: Cuando no se conoce claramente que se ha dado alguna especie de consentimiento en los transportes de cólera o de alguna otra tentación, bueno es declararlo y consultarlo con el confesor, a fin de que nos instruya acerca del modo de comportarnos; pero no por modo de confesión. Si te acusas de que durante dos días has sentido fuertes impulsos de cólera, sin consentirlos, en vez de tus defectos refieres tus virtudes. En la duda de haber cometido alguna falta, debes examinar seriamente si la duda es fundada, diciendo con sencillez en este caso; de lo contrario, es mejor callarlo aunque nos cueste alguna repugnancia.

5. Aconseja igualmente el Santo a su Filotea (Part 2 cap. 19) que no se contente con ciertas acusaciones generales que muchos hacen por costumbre, y que él gradúa de superfluas, como son: de no haber amado a Dios y al prójimo como se debe; de no haber rezado y recibido los sacramentos con la reverencia que corresponde; pues con semejantes fórmulas no se hace la acusación de modo que puede el confesor conocer el estado del alma, atendido que todos los santos del cielo y todos los hombres de la tierra podrían decir otro tanto si se confesaran: procuremos antes bien individualizar las faltas que en tales actos hubiere cometido.

6. Téngase también presente la importante advertencia del mismo Santo: Si bien no estamos obligados a confesarnos de los pecados veniales; verificándolo debe ser con una voluntad firme de la enmienda, porque de lo contrario sería un abuso el confesarlos.

7. Después de la confesión debe quedarse con tranquilidad, sin dar cabida a ninguna clase de temor referente al examen, al dolor u otra cosa por el estilo. Estos temores provienen del común enemigo, empeñado en acibarar un sacramento de consuelo y amor.

8. Debemos arrepentirnos de nuestros pecados, pero sin perturbarnos. El arrepentimiento procede del amor de Dios: la perturbación del amor propio. Así pues, al paso que lloremos sinceramente nuestras faltas, debemos dar gracias a Dios de haber impedido por su misericordia, que incurriésemos en otras mayores. Propongamos después firmemente la enmienda, únicamente confiados en la bondad divina; aunque sucediese que caigamos cien veces al día, debemos siempre esperar y reiterar el propósito de una verdadera enmienda. En un solo instante puede Dios convertir las piedras en verdaderos hijos de Abrahán, esto es, en grandes santos: y lo hará indudablemente, si depositamos nuestra confianza en su divina misericordia.

9. El dolor de los pecados consiste en la determinación de la voluntad, que aborreciendo las pasadas culpas, resuelve no reincidir en ellas. Así que, para la verdadera contrición no son menester lágrimas, ni suspiros, ni sensible conmoción: antes bien, podemos tener una santa y justificante contrición en medio de la mayor aridez, que nos parezca insensibilidad. No hay pues porque temer en este punto.

10. No martiricemos el entendimiento para excitarnos a contrición: una excesiva violencia más bien produce angustias y perturbación de espíritu, que verdadero dolor. Procura tranquilizar el alma y contemplar con sosiego la bondad y amabilidad de Dios, los reiterados beneficios de que te ha colmado y tu ingrata correspondencia, diciendo al Señor, con amorosa sinceridad, que te pesa de haberle ofendido, que mediante los auxilios de su gracia propones no ofenderle en adelante, y con esto ya estás contrito. La contrición proviene del amor de Dios, y el amor obra siempre con dulzura y tranquilidad.

11. El acto de contrición, dice S. Francisco de Sales, se hace en un instante, echando dos rápidas ojeadas, una a nosotros mismos detestando el pecado, la otra a Dios prometiéndole la enmienda, y esperándola mediante su gracia. David fue uno de los penitentes más contritos, y su contrición consistió en una sola palabra; pequé, peccavi; y ésta sola palabra bastó para justificarle.

12. Dices que no puedes conseguir la contrición por más que lo desees. Responde a esto san Francisco de Sales: Es un gran poder el poder querer: el deseo de la contrición manifiesta que la contrición ya existe, así como existe el fuego aún cuando no se sienta ni se vea, por estar cubierto de ceniza. Querer sentir la contrición, proviene por lo común de nuestro amor propio que no contentándose con agradar a Dios, quisiera también complacerse a sí mismo, y hallar una prueba de bondad y virtud en su propia sensibilidad

13. Dios no permite que conozcas tu contrición, para no quitarte el mérito de la obediencia, que te manda vivir con tranquilidad. Cree por lo tanto con humildad, obedece generosamente, y obtendrás la doble corona. Los mayores santos se creían destituidos de contrición y de amor, y sin embargo, en medio de las tinieblas seguían la luz de la obediencia con heroica sumisión

14. No creáis que no tenéis dolor, ni que no os confesáis bien porque recaéis en las mismas faltas. Es necesario distinguir faltas. Aquellas que nacen de una maliciosa voluntad que ama el pecado, que quiere pecar y continuar el pecado, se deben quitar vigorosamente. Pero aquellas faltas que nacen de una sorpresa, de debilidad, de flaqueza, de enfermedad, nos seguirán y acompañarán hasta la muerte. De ciertos defectos, dice nuestro Santo, será mucho el vernos enmendados un cuarto de hora antes de morir. Y en otra parte: Es preciso sufrir no solamente los defectos del prójimo, sino también los nuestros, y tener paciencia viéndonos imperfectos. Procuremos con paz y sin ansiedad, porque no se puede llegar a ser ángeles antes de tiempo.

15. En vuestras confesiones añadid siempre alguna culpa pasada de la que se sentía especial displicencia pero sea generalmente. Decid por ejemplo, en general me acuso de los pecados de impureza, o de los de odio de mi vida pasada. De esta manera se asegura la materia necesaria para el sacramento.

16. Alejad de vos el temor de si habéis omitido algún pecado en vuestras confesiones particulares o generales, o de si habéis explicado como debíais. Escuchad lo que sobre esto dice un grande sabio teólogo: La Iglesia, que es el interprete de la voluntad de Cristo, en nuestras confesiones quiere una integridad sacramental, y no material: la primera consiste en confesar todos los pecados de que nos acordamos después de un razonable examen, proporcionado al estado actual de nuestra alma. La integridad material consiste en la material declaración de todos los pecados cometidos, de su número y de sus circunstancias, sin omisión alguna. La Iglesia exige la primera integridad, porque esta no supera nuestras fuerzas; pero no exige la segunda, porque sabe muy bien que por más que nos examinemos, siempre se nos escapará alguna cosa, ya sobre los mismos pecados, ya sobre su número o sobre sus circunstancias. En fin, no pide a los fieles más que una declaración humilde y sincera de todo aquello que les viene a la mente después de un examen oportuno, entendiendo que la buena voluntad de los penitentes suple entonces el defecto involuntario de la memoria. Hasta aquí el sabio teólogo Jamin. 

17 Habiendo cumplido con la integridad formal, desecha todo temor y duda como verdaderas tentaciones.

18. Advierte también que si te pareciere no haber practicado las diligencias oportunas, ten entendido que el confesor, ha suplido este defecto con sus prudentes preguntas, en las cuales si no se ha extendido más, es porque ha conocido ya suficientemente la calidad de tus culpas y el estado de tu alma, que es el fin de la acusación sacramental.

19. Confiésate no como tú quieres, sino como lo quiere la obediencia. De esta suerte tus confesiones, aunque te agrandaren a ti menos, agradarán más a Dios: te parecerá que quedas menos satisfecho, y sin embargo has merecido más.

20. Con lo dicho conocerás fácilmente el error de aquellos que quieren repetir las confesiones generales so pretexto de falta de examen o de contrición, y la reprensible condescendencia de los confesores que se lo permiten. Si se hubiese de dar lugar a semejante temor, debiéramos ocupar toda nuestra vida en renovar las confesiones generales, porque ni los mayores santos estarían exentos de tales temores, y convirtiérase así el sacramento de la penitencia en un perenne tormento del alma, que es una proposición herética, condenada con excomunión en el Sagrado Concilio de Trento.

21. Según doctrina común de los santos y teólogos, una vez hecha la confesión general con
sinceridad y firme propósito de la enmienda, deben cesar. todos los recelos y no repetirla por ningún pretexto. Obrando en contrario se renueva la memoria. de lo que debe sepultarse en el olvido; conturbando el espíritu en vez de tranquilizarlo, pues como dice muy oportunamente S.  Felipe Neri, cuanto más se barre; mas polvo se levanta.

22.  Debe. también contribuir a tranquilizar tu espíritu aquella expresión proverbial entre los santos. que el temor del pecado deja de ser saludable si es excesivo.


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