viernes, 17 de agosto de 2012

Anexo: Reflexiones


REFLEXIONES PARA TRANQUILIZAR LAS ALMAS ESCRUPULOSAS POR
S. ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
La tranquilidad de las almas escrupulosas debe apoyarse en la obediencia a sus directores.

La zozobra de los escrupulosos consiste únicamente en el temor de que en sus obras se mezcle no solo el escrúpulo, sino a mas cierta duda de que pecan, que les haga incurrir en el pecado. Es preciso persuadirse que obrando en virtud de obediencia a un confesor docto y piadoso, se obra, no ya sin razonable duda, sino al contrario, con aquélla firme seguridad que debemos tener en la infalible palabra de Jesucristo, según el cual, escuchando a sus ministros le escuchamos a él mismo: Quien a vosotros oye, a mi oye. (Luc. 10).

El superior legítimo a quien está confiada la dirección particular de la conciencia es indudablemente el confesor, como Io enseña con todos los autores S. Francisco de Sales. (Introducción a la vida devota) Igualmente dice Pinamopti (Directorio espiritual); Conviene muchísimo inculcar a los escrupulosos que la  seguridad en todo lo qua es evidente pecado consiste radicalmente en la sumisión de la voluntad a los ministros del Señor. Recorramos las vidas de los santos, y nos convenceremos de que no han encontrado un norte más seguro que el de la obediencia, y que se han fiado mes de la voz del confesor que de la inmediata de Dios. Vemos a pesar de lo dicho, que los escrupulosos prefieren más bien apoyarse en su propia juicio que en el Evangelio, el cual más dice: Quien a vosotros oye, a mi oye.
Afirma el P. Enrique Suson, que Dios no nos pide cuenta de lo que practicamos par obediencia.

Lo propio afirma S. Felipe Neri (In vita, lib 1, cap. 10) Los que desean aprovechar en el camino de Dios, se someten a un director prudente, a quien obedecer como al mismo Dios, asegurándose de este modo de no tener que dar cuenta de las propias acciones. Añade el Santo, que se tenga una viva fe en el confesor, porque el Señor no permitirá que se equivoque, no habiendo medio más seguro para cortar los lazos del demonio, que la sujeción de la propia voluntad a la de otro en el bien; como al contrario nada hay más peligroso por el pretender dirigirse por capricho. Lo confirma S. Juan de la Cruz (Tratado de las espinas, 1 3, coli. 4. 1 nº4) cuando dice en nombre del Señor: Siendo infiel a tus confesores lo eres a mi palabra, pues he dicho: El que a vosotros desprecia, a mi mismo desprecia; añadiendo (en el nº 8) El orgullo y la falta de fe son la causa de que no quedemos satisfechos con lo que nos dice el confesor.

Persuadámonos por lo tanto que obedeciendo al padre espiritual, podemos estar ciertos de no pecar. El más eficaz remedio para los escrupulosos, dice S. Bernardo, consiste en una ciega confianza en el confesor. Refiere Juan Gerson (Trat. de præp ad miss) que el mencionado S. Bernardo mandó a cierto discípulo suyo muy escrupuloso, que fuese a celebrar la misa descansando en su conciencia. Obedeció el discípulo, y quedó curado de sus escrúpulos. No faltará quien diga, añade Gerson: ¡Ojalá tuviera yo por director a un S. Bernardo! pero el mío solo es de medianos alcances. Contesta a esta objeción el mismo autor: Quisquis ita dicis, erras: non enim te commisisti in manibus hominis quia literatus etc,. sed quia tibi est prospositus. Quamobrem obedias illi, non ut homini sed ut Deo. Con mucha razón por lo tanto dice Sta. Teresa (Fund. cap 5) "Así como acá en un pleito muy dudoso se toma un juez y lo ponen en sus manos las partes, cansados de pleitear, tome nuestra lama uno, que sea el Prelado, o Confesor, con determinación de no traer más pleito, ni pensar más en su causa, sino fiar de las palabras del Señor, que dice: Quien a vosotros oye, a mi me oye, y descuidar de su voluntad. Tiene el Señor en tanto este rendimiento [y con razón, porque es hacerle señor del libre albedrío que nos ha dado] que ejercitándonos en esto una vez deshaciéndonos, otra vez con mil batallas pareciéndonos desatino lo que se juzga en nuestra causa, venimos a conformarnos con lo que nos mandan, con este ejercicio penoso: más con pena, o sin ella, en fin lo hacemos, y el Señor ayuda tanto de su parte, que por la misma causa que sujetamos nuestra voluntad, y razón por Él, nos hace señores de ella; etc." añadiendo la Santa, que de este modo merecemos el agrado de la divina voluntad.

Por este motivo S. Francisco de Sales hablando de la dirección del padre espiritual, indispensable para no tropezar por el camino del Señor, afirma que este es el consejo de los consejos. Por más que busquéis dice el piadoso Avila, no os será dable hallar con más seguridad la voluntad de Dios, como por el camino de esta humilde obediencia que tanto ensalzaron y practicaron los hombres devotos de la antigüedad. De modo, añade el P. Alvarez, que si se equivocase el padre espiritual, puede estar cierto de que no yerra el que sigue el parecer de aquel que Dios le ha dado por superior. Lo mismo sienta el P. Nieremberg. Obedeciendo al confesor no peca, aun cuando la materia fuese culpa, el que obra con intención de obedecer al que ocupa el lugar de Dios; persuadiéndose, como es cierto, que tiene obligación de obedecerle, siendo el confesor, como lo dicen los PP Rogacci  y Leccio, el intérprete de la divina voluntad.

Pueden servir de mucho consuelo para las almas timoratas tres máximas que enseñó S. Francisco de Sales (In Vita circ. fln. Mas 27) 1º Nunca se ha perdido ningún obediente. 2º Debemos contentarnos con saber por nuestro padre espiritual que caminamos bien; sin querer profundizar los motivos en que se apoya. 3º Lo mejor es abandonarse a ciegas en los brazos de la divina Providencia, en medio de las tinieblas y perplejidades de esta vida. Por esto, según el común sentir de los autores como S. Antonino, Navarro, Silvestre, la obediencia al confesor es la regla más infalible para aprovechar en el camino del Señor. Esta es, dice Tirilo con el P. Lacroix (L. 1 N. 434) la más recibida opinión de los SS. Padres y directores de espíritu.

Reflexionen igualmente los escrupulosos, que la obediencia no solo tranquiliza, sino que además es un deber tenerla ciega a sus directores, despreciando los escrúpulos y obrando con libertad en sus dudas. Lo enseña Natal Alejandro (Theol I. 3. c. 4. reg) Quod autem scrupuli aspernari debeans, accedente prudentis, pii, doctique directoris judicio, et contra illos sit agendum, constat ex c. Inquis etc. ut sup. Igualmente el P. Wigandt (Tr. 2 ex 2 q.) Non peccat qui agit contra scrupulos: immo aliquando est præcepti præsertim si accedat confessarii judicium. Este es el parecer de los citados autores, bien que secuaces de una doctrina rígida, y generalmente de todos los autores apud Salmant (Tr. 20. c. 7. n 10.). La razón está fundada en que el escrupuloso no desprendiéndose de sus escrúpulos corre riesgo de oponer un grave impedimento al cumplimiento de sus obligaciones, o al menos a su provecho espiritual, y de perder el juicio, la salud y la conciencia; hasta caer en la relajación y aún en la desesperación. Por esto S. Antonino y Gerson reprueban al escrupuloso que por un vano temor no vence los escrúpulos como se le manda: Caveas ad extremum, ne dum quæris securitatem in gravem suas præcipitationis fveam: cuidado que aspirando a seguir un camino demasiado seguro no te precipites en tu ruina.

Por esto el sobrecitado P. Wigandt afirma, que el escrupuloso debe obedecer a su director, con tal que lo que le manda no sea un pecado evidente: Nisi contra Deum (Director) præcepiat aperte. Concuerdan los autores en que en lo dudoso, esto es, donde no hay pecado evidente, debe obedecerse al prelado, como lo prueba la autoridad de S. Bernardo arriba citado: Quidquid vice, etc.; y la de S. Ignacio de Loyola: Obediendum in omnibus ubi peccatum non cernitur, id est in quibus nullum est manifestum peccatum. Lo mismo afirma Umberto, general de PP. Predicadores (In 1, de crud. Rel. c. 1.): Nisi aperte sit malum quod præcipitur, accipiendum est, ac si a Deo præciperetur. Igualmente dice el B. Dionisio Cartusiano (In 2. Dist. qu. 5): In dubiis, an sit contra præceptum Dei, standum præcepto prælati; quia etsi sit contra Deum, attalmen propter obedientiæ bonum non peccat subditus. Lo mismo enseña S. Buenaventura (In Spec. Disc. c. 4)

Por este motivo dice Gerson (Cons. 6): Scrupulosos contra scrupulos compescere melius quam pede certandum. Scrupulos compescere melius quam per contemptum nequimur, et regulariter non absque alterius, et præsertim superioris consilio. Alioquin timor immoderaturs, aut in colsuta præsumptio præcipiat: esto es, que debemos esperar el escrúpulo con intrepidez. Este remedio adoptaba san Felipe Neri, haciendo despreciar a los escrupulosos sus escrúpulos, como se lee en su vida. Además del remedio ordinario de descansar de todo y por todo en el juicio del confesor, aconsejaba a los suyos que despreciasen los escrúpulos. 

Prohibía a los escrupulosos que se confesasen con frecuencia, y cuando en la confesión observaba que entraban en escrúpulos, los mandaba que fuesen a comulgar sin escucharlos.
En una palabras, el escrupuloso debe fijar la vista en la obediencia, tener por vano el temor del escrúpulo, y obrar así con libertad. Tampoco se necesita, como dicen los moralistas (Busemb. de Conf. scrup c. 2, cum Sanc. Bech. Reg Fill.), hacer en cada acto particular el juicio expreso de que aquello es un escrúpulo, o de que debe despreciarse por obedecer al confesor: basta obrar contra el escrúpulo en fuerza del juicio formado de antemano; pues por la experiencia constante de la propia conciencia interviene habitual o virtualmente el mismo juez, bien que oscuro y confuso. Por esto añade Lacroix (Lib 1. n. 557 y Tamb. in Dec. c. z 8) con Vazq. Val. etc. que si en medio de la oscuridad no le es dable al escrupulos desprenderse tan fácilmente del temor, ni atender directamente a la obediencia debida al confesor, como sucede a ciertas personas que atemorizadas por la congoja y perplejidad de su conciencia no pueden sobreponerse al escrúpulo, no se peca en este caso no obstante el temor actual de pecar. 

La razón consiste en que habiéndose ya formado de antemano el expresado juicio de tales escrúpulos y de la obediencia en virtud de la cual deben despreciarse, se conceptúa que interviniese en nuestro caso el referido juicio, por más que impide advertirlo la fuerza del temor: debe por lo mismo despreciar este temor el escrupuloso, porque no forma un verdadero dictamen de conciencia. Explícitamente lo confirma y lo aprueba Gerson (In trac. de conf. et scrap): Conscientia formata es quando post discusionem et delibertionem ex definitiva sententia rationis judicatur aliquid faciendum, aut vitandum; et contra eam agere est peccatum. Timor vero scis scrupulus conscientias est quando mens inter dubia vacillat, nesciens ad quid potius teneatur, non tamen vellet omittere quod sciret esse platicum divinas voluntati, et iste timor, quam fieri potest, abjiciendus et exlinguendus. En resumen, dice Gerson que se peca obrando con la práctica que procede de conciencia formada, la cual existe cuando examinadas las circunstancias se juzga deliberadamente con sentencia definitiva lo que se debe practicar o lo que no, y se peca entonces obrando contra una tal conciencia. cuando el entendimiento duda o vacila, pero con el propósito de no hacer nada que disguste a Dios, esto, dice Gerson, no es verdadera duda, sino un vano temor que en lo posible debe despreciarse y rechazarse. De modo que existiendo positivamente en el escrupuloso la voluntad habitual de no ofender a Dios, es cierto, según Gerson, que no peca éste obrando con duda y con justa razón, por cuanto lo que se toma por duda no lo es, sino solo un vano temor.

Para cometer un pecado mortal debe concurrir una plena advertencia por parte del entendimiento, y un pequeño consentimiento deliberado por parte de la voluntad en querer una acción que ofende gravemente á Dios. Esta es doctrina indudable y común de todos los teólogos segun los Salmaticenses (Tr. 20. c. 11. n. 5), aún de los más rígidos como Giovenino,  d' Hahert y el rigorosísimo Genetto (L. 1. c. 9. de pec. in fin): Quíd si aliqua insit deliberatio, sed imperfecta, erit peecutum veníale non mortale. Lo enseñan igualmente los demás con el Doctor Angélico. (1, 2. qu. 88. n. 6.) Potest quod est mortate esse veniale propter imperfectioem actus, quia non plane pertinigit ad perfectionem actus moralis cum non sit deliberatus, sed subitus.

Sufran por lo tanto con resignación esta cruz las almas escrupulosas, y no desmayen en las mayores congojas que Dios les envía o permite para su provecho; este es para que sean mas humildes. Guárdense sí de las ocasiones cierta y gravemente peligrosas, encomiéndense al Señor con mayor frecuencia, confiando enteramente en su divina bondad. Recurran también a menudo a María Santísima , que se intitula y es efectivamente madre de misericordia y consuelo de afligidos. Teman incurrir en la ofensa de Dios allá donde la vean evidente; pero formada la resolución de morir mil veces antes que perder la divina gracia teman sobre todo dejar de obedecer a sus directores. Al contrario, obedeciéndoles a ciegas, pueden vivir seguros de que no les abandonará aquel Señor que a todos quiere salvarnos, y hace tanto aprecio de la buena voluntad, que nunca permite que se pierda un hijo obediente.

Ninguno esperó en el Señor , y fue confundido. (Eccl. 2. 11.)
Echando sobre él toda vuestra solicitud; porque El tiene cuidado de vosotros. (1 . Petr. 5.)
El Señor es mi iluminación y mi salud, ¿a quién temeré? (Ps. 26. l.)
En paz dormiré juntamente, y reposaré; porque tú, Señor, singularmente me has afirmado en la esperanza (Reg. 4, 9 et 10.)
En tí, Señor, esperé, no quede yo jamás confuso. (Ps. 30, 2)

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