REFLEXIONES PARA
TRANQUILIZAR LAS ALMAS ESCRUPULOSAS POR
S. ALFONSO MARÍA DE
LIGORIO
La tranquilidad de
las almas escrupulosas debe apoyarse en la obediencia a sus directores.
La
zozobra de los escrupulosos consiste únicamente en el temor de que en sus obras
se mezcle no solo el escrúpulo, sino a mas cierta duda de que pecan, que les
haga incurrir en el pecado. Es preciso persuadirse que obrando en virtud de
obediencia a un confesor docto y piadoso, se obra, no ya sin razonable duda,
sino al contrario, con aquélla firme seguridad que debemos tener en la
infalible palabra de Jesucristo, según el cual, escuchando a sus ministros le
escuchamos a él mismo: Quien a vosotros
oye, a mi oye. (Luc. 10).
El
superior legítimo a quien está confiada la dirección particular de la
conciencia es indudablemente el confesor, como Io enseña con todos los autores
S. Francisco de Sales. (Introducción a la vida devota) Igualmente dice
Pinamopti (Directorio espiritual); Conviene
muchísimo inculcar a los escrupulosos que la
seguridad en todo lo qua es evidente pecado consiste radicalmente en la
sumisión de la voluntad a los ministros del Señor. Recorramos las vidas de
los santos, y nos convenceremos de que no han encontrado un norte más seguro
que el de la obediencia, y que se han fiado mes de la voz del confesor que de
la inmediata de Dios. Vemos a pesar de lo dicho, que los escrupulosos prefieren
más bien apoyarse en su propia juicio que en el Evangelio, el cual más dice: Quien
a vosotros oye, a mi oye.
Afirma
el P. Enrique Suson, que Dios no nos pide cuenta de lo que practicamos par obediencia.
Lo
propio afirma S. Felipe Neri (In vita, lib 1, cap. 10) Los que desean aprovechar
en el camino de Dios, se someten a un director prudente, a quien obedecer como
al mismo Dios, asegurándose de este modo de no tener que dar cuenta de las
propias acciones. Añade el Santo, que se tenga una viva fe en el confesor,
porque el Señor no permitirá que se equivoque, no habiendo medio más seguro
para cortar los lazos del demonio, que la sujeción de la propia voluntad a la
de otro en el bien; como al contrario nada hay más peligroso por el pretender
dirigirse por capricho. Lo confirma S. Juan de la Cruz (Tratado de las espinas,
1 3, coli. 4. 1 nº4) cuando dice en nombre del Señor: Siendo infiel a tus
confesores lo eres a mi palabra, pues he dicho: El que a vosotros desprecia, a
mi mismo desprecia; añadiendo (en el nº 8) El orgullo y la falta de fe son la
causa de que no quedemos satisfechos con lo que nos dice el confesor.
Persuadámonos
por lo tanto que obedeciendo al padre espiritual, podemos estar ciertos de no
pecar. El más eficaz remedio para los escrupulosos, dice S. Bernardo, consiste
en una ciega confianza en el confesor. Refiere Juan Gerson (Trat. de præp ad
miss) que el mencionado S. Bernardo mandó a cierto discípulo suyo muy
escrupuloso, que fuese a celebrar la misa descansando en su conciencia.
Obedeció el discípulo, y quedó curado de sus escrúpulos. No faltará quien diga,
añade Gerson: ¡Ojalá tuviera yo por director a un S. Bernardo! pero el mío solo
es de medianos alcances. Contesta a esta objeción el mismo autor: Quisquis ita dicis, erras: non enim te commisisti
in manibus hominis quia literatus etc,. sed quia tibi est prospositus.
Quamobrem obedias illi, non ut homini sed ut Deo. Con mucha razón por lo
tanto dice Sta. Teresa (Fund. cap 5) "Así como acá en un pleito muy dudoso
se toma un juez y lo ponen en sus manos las partes, cansados de pleitear, tome
nuestra lama uno, que sea el Prelado, o Confesor, con determinación de no traer
más pleito, ni pensar más en su causa, sino fiar de las palabras del Señor, que
dice: Quien a vosotros oye, a mi me oye,
y descuidar de su voluntad. Tiene el Señor en tanto este rendimiento [y con
razón, porque es hacerle señor del libre albedrío que nos ha dado] que
ejercitándonos en esto una vez deshaciéndonos, otra vez con mil batallas
pareciéndonos desatino lo que se juzga en nuestra causa, venimos a conformarnos
con lo que nos mandan, con este ejercicio penoso: más con pena, o sin ella, en
fin lo hacemos, y el Señor ayuda tanto de su parte, que por la misma causa que
sujetamos nuestra voluntad, y razón por Él, nos hace señores de ella;
etc." añadiendo la Santa, que de este modo merecemos el agrado de la
divina voluntad.
Por
este motivo S. Francisco de Sales hablando de la dirección del padre
espiritual, indispensable para no tropezar por el camino del Señor, afirma que
este es el consejo de los consejos.
Por más que busquéis dice el piadoso Avila, no os será dable hallar con más
seguridad la voluntad de Dios, como por el camino de esta humilde obediencia
que tanto ensalzaron y practicaron los hombres devotos de la antigüedad. De
modo, añade el P. Alvarez, que si se equivocase el padre espiritual, puede
estar cierto de que no yerra el que sigue el parecer de aquel que Dios le ha
dado por superior. Lo mismo sienta el P. Nieremberg. Obedeciendo al confesor no
peca, aun cuando la materia fuese culpa, el que obra con intención de obedecer
al que ocupa el lugar de Dios; persuadiéndose, como es cierto, que tiene
obligación de obedecerle, siendo el confesor, como lo dicen los PP Rogacci y Leccio, el intérprete de la divina
voluntad.
Pueden
servir de mucho consuelo para las almas timoratas tres máximas que enseñó S.
Francisco de Sales (In Vita circ. fln. Mas 27) 1º Nunca se ha perdido ningún
obediente. 2º Debemos contentarnos con saber por nuestro padre espiritual que
caminamos bien; sin querer profundizar los motivos en que se apoya. 3º Lo mejor
es abandonarse a ciegas en los brazos de la divina Providencia, en medio de las
tinieblas y perplejidades de esta vida. Por esto, según el común sentir de los
autores como S. Antonino, Navarro, Silvestre, la obediencia al confesor es la
regla más infalible para aprovechar en el camino del Señor. Esta es, dice
Tirilo con el P. Lacroix (L. 1 N. 434) la más recibida opinión de los SS.
Padres y directores de espíritu.
Reflexionen
igualmente los escrupulosos, que la obediencia no solo tranquiliza, sino que
además es un deber tenerla ciega a sus directores, despreciando los escrúpulos
y obrando con libertad en sus dudas. Lo enseña Natal Alejandro (Theol I. 3. c.
4. reg) Quod autem scrupuli aspernari
debeans, accedente prudentis, pii, doctique directoris judicio, et contra illos
sit agendum, constat ex c. Inquis etc. ut sup. Igualmente el P. Wigandt
(Tr. 2 ex 2 q.) Non peccat qui agit
contra scrupulos: immo aliquando est præcepti præsertim si accedat confessarii
judicium. Este es el parecer de los citados autores, bien que secuaces de
una doctrina rígida, y generalmente de todos los autores apud Salmant (Tr. 20.
c. 7. n 10.). La razón está fundada en que el escrupuloso no desprendiéndose de
sus escrúpulos corre riesgo de oponer un grave impedimento al cumplimiento de
sus obligaciones, o al menos a su provecho espiritual, y de perder el juicio,
la salud y la conciencia; hasta caer en la relajación y aún en la
desesperación. Por esto S. Antonino y Gerson reprueban al escrupuloso que por
un vano temor no vence los escrúpulos como se le manda: Caveas ad extremum, ne dum quæris securitatem in gravem suas
præcipitationis fveam: cuidado que aspirando a seguir un camino demasiado
seguro no te precipites en tu ruina.
Por
esto el sobrecitado P. Wigandt afirma, que el escrupuloso debe obedecer a su
director, con tal que lo que le manda no sea un pecado evidente: Nisi contra
Deum (Director) præcepiat aperte. Concuerdan los autores en que en lo dudoso,
esto es, donde no hay pecado evidente, debe obedecerse al prelado, como lo
prueba la autoridad de S. Bernardo arriba citado: Quidquid vice, etc.; y la de
S. Ignacio de Loyola: Obediendum in omnibus ubi peccatum non cernitur, id est
in quibus nullum est manifestum peccatum. Lo mismo afirma Umberto, general de
PP. Predicadores (In 1, de crud. Rel. c. 1.): Nisi aperte sit malum quod præcipitur, accipiendum est, ac si a Deo
præciperetur. Igualmente dice el B. Dionisio Cartusiano (In 2. Dist. qu.
5): In dubiis, an sit contra præceptum
Dei, standum præcepto prælati; quia etsi sit contra Deum, attalmen propter
obedientiæ bonum non peccat subditus. Lo mismo enseña S. Buenaventura (In
Spec. Disc. c. 4)
Por
este motivo dice Gerson (Cons. 6): Scrupulosos contra scrupulos compescere
melius quam pede certandum. Scrupulos compescere melius quam per contemptum nequimur,
et regulariter non absque alterius, et præsertim superioris consilio. Alioquin
timor immoderaturs, aut in colsuta præsumptio præcipiat: esto es, que debemos
esperar el escrúpulo con intrepidez. Este remedio adoptaba san Felipe Neri,
haciendo despreciar a los escrupulosos sus escrúpulos, como se lee en su vida.
Además del remedio ordinario de descansar de todo y por todo en el juicio del
confesor, aconsejaba a los suyos que despreciasen los escrúpulos.
Prohibía a los escrupulosos que se confesasen con frecuencia, y cuando en la confesión observaba que entraban en escrúpulos, los mandaba que fuesen a comulgar sin escucharlos.
Prohibía a los escrupulosos que se confesasen con frecuencia, y cuando en la confesión observaba que entraban en escrúpulos, los mandaba que fuesen a comulgar sin escucharlos.
En
una palabras, el escrupuloso debe fijar la vista en la obediencia, tener por
vano el temor del escrúpulo, y obrar así con libertad. Tampoco se necesita,
como dicen los moralistas (Busemb. de Conf. scrup c. 2, cum Sanc. Bech. Reg
Fill.), hacer en cada acto particular el juicio expreso de que aquello es un
escrúpulo, o de que debe despreciarse por obedecer al confesor: basta obrar
contra el escrúpulo en fuerza del juicio formado de antemano; pues por la
experiencia constante de la propia conciencia interviene habitual o
virtualmente el mismo juez, bien que oscuro y confuso. Por esto añade Lacroix
(Lib 1. n. 557 y Tamb. in Dec. c. z 8) con Vazq. Val. etc. que si en medio de
la oscuridad no le es dable al escrupulos desprenderse tan fácilmente del
temor, ni atender directamente a la obediencia debida al confesor, como sucede
a ciertas personas que atemorizadas por la congoja y perplejidad de su
conciencia no pueden sobreponerse al escrúpulo, no se peca en este caso no
obstante el temor actual de pecar.
La razón consiste en que habiéndose ya formado de antemano el expresado juicio de tales escrúpulos y de la obediencia en virtud de la cual deben despreciarse, se conceptúa que interviniese en nuestro caso el referido juicio, por más que impide advertirlo la fuerza del temor: debe por lo mismo despreciar este temor el escrupuloso, porque no forma un verdadero dictamen de conciencia. Explícitamente lo confirma y lo aprueba Gerson (In trac. de conf. et scrap): Conscientia formata es quando post discusionem et delibertionem ex definitiva sententia rationis judicatur aliquid faciendum, aut vitandum; et contra eam agere est peccatum. Timor vero scis scrupulus conscientias est quando mens inter dubia vacillat, nesciens ad quid potius teneatur, non tamen vellet omittere quod sciret esse platicum divinas voluntati, et iste timor, quam fieri potest, abjiciendus et exlinguendus. En resumen, dice Gerson que se peca obrando con la práctica que procede de conciencia formada, la cual existe cuando examinadas las circunstancias se juzga deliberadamente con sentencia definitiva lo que se debe practicar o lo que no, y se peca entonces obrando contra una tal conciencia. cuando el entendimiento duda o vacila, pero con el propósito de no hacer nada que disguste a Dios, esto, dice Gerson, no es verdadera duda, sino un vano temor que en lo posible debe despreciarse y rechazarse. De modo que existiendo positivamente en el escrupuloso la voluntad habitual de no ofender a Dios, es cierto, según Gerson, que no peca éste obrando con duda y con justa razón, por cuanto lo que se toma por duda no lo es, sino solo un vano temor.
La razón consiste en que habiéndose ya formado de antemano el expresado juicio de tales escrúpulos y de la obediencia en virtud de la cual deben despreciarse, se conceptúa que interviniese en nuestro caso el referido juicio, por más que impide advertirlo la fuerza del temor: debe por lo mismo despreciar este temor el escrupuloso, porque no forma un verdadero dictamen de conciencia. Explícitamente lo confirma y lo aprueba Gerson (In trac. de conf. et scrap): Conscientia formata es quando post discusionem et delibertionem ex definitiva sententia rationis judicatur aliquid faciendum, aut vitandum; et contra eam agere est peccatum. Timor vero scis scrupulus conscientias est quando mens inter dubia vacillat, nesciens ad quid potius teneatur, non tamen vellet omittere quod sciret esse platicum divinas voluntati, et iste timor, quam fieri potest, abjiciendus et exlinguendus. En resumen, dice Gerson que se peca obrando con la práctica que procede de conciencia formada, la cual existe cuando examinadas las circunstancias se juzga deliberadamente con sentencia definitiva lo que se debe practicar o lo que no, y se peca entonces obrando contra una tal conciencia. cuando el entendimiento duda o vacila, pero con el propósito de no hacer nada que disguste a Dios, esto, dice Gerson, no es verdadera duda, sino un vano temor que en lo posible debe despreciarse y rechazarse. De modo que existiendo positivamente en el escrupuloso la voluntad habitual de no ofender a Dios, es cierto, según Gerson, que no peca éste obrando con duda y con justa razón, por cuanto lo que se toma por duda no lo es, sino solo un vano temor.
Para
cometer un pecado mortal debe concurrir una plena advertencia por parte del
entendimiento, y un pequeño consentimiento deliberado por parte de la voluntad
en querer una acción que ofende gravemente á Dios. Esta es doctrina indudable y
común de todos los teólogos segun los Salmaticenses (Tr. 20. c. 11. n. 5), aún
de los más rígidos como Giovenino, d'
Hahert y el rigorosísimo Genetto (L. 1. c. 9. de pec. in fin): Quíd si aliqua insit deliberatio, sed
imperfecta, erit peecutum veníale non mortale. Lo enseñan igualmente los
demás con el Doctor Angélico. (1, 2. qu. 88. n. 6.) Potest quod est mortate esse veniale propter
imperfectioem actus, quia non plane pertinigit ad perfectionem actus moralis
cum non sit deliberatus, sed subitus.
Sufran
por lo tanto con resignación esta cruz las almas escrupulosas, y no desmayen en
las mayores congojas que Dios les envía o permite para su provecho; este es
para que sean mas humildes. Guárdense sí de las ocasiones cierta y gravemente
peligrosas, encomiéndense al Señor con mayor frecuencia, confiando enteramente
en su divina bondad. Recurran también a menudo a María Santísima , que se intitula
y es efectivamente madre de misericordia y consuelo de afligidos. Teman
incurrir en la ofensa de Dios allá donde la vean evidente; pero formada la
resolución de morir mil veces antes que perder la divina gracia teman sobre
todo dejar de obedecer a sus directores. Al contrario, obedeciéndoles a ciegas,
pueden vivir seguros de que no les abandonará aquel Señor que a todos quiere salvarnos,
y hace tanto aprecio de la buena voluntad, que nunca permite que se pierda un
hijo obediente.
Ninguno
esperó en el Señor , y fue confundido. (Eccl. 2. 11.)
Echando
sobre él toda vuestra solicitud; porque El tiene cuidado de vosotros. (1 .
Petr. 5.)
El
Señor es mi iluminación y mi salud, ¿a quién temeré? (Ps. 26. l.)
En
paz dormiré juntamente, y reposaré; porque tú, Señor, singularmente me has
afirmado en la esperanza (Reg. 4, 9 et 10.)
En
tí, Señor, esperé, no quede yo jamás confuso. (Ps. 30, 2)
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