jueves, 16 de agosto de 2012

Cap. VIII: Esperanza cristiana

Capítulo VIII 
Esperanza cristiana.
1. Bienaventurado el hombre que espera en Dios, dice el Espíritu Santo la falta de esperanza disminuye la virtud.

2. Acuérdate siempre del saludable documento siguiente: Quien nada espera nada consigue:
quien poco espera poco consigue: quien todo lo espera todo lo consigue.

3. La divina misericordia excede infinitamente a todos los pecados del mundo. No bajemos
pues la vista a nuestras miserias; elevémosla más bien hasta el trono del Eterno.

4. Atiende a lo que nos dice Sto. Tomás de Villanueva: ¿De qué temes? El Juez que debiera condenarte es Jesucristo, que murió en una cruz para salvarte.

5. Debemos reprobar nuestras flaquezas y nuestros pecados, pero sin amilanarnos. Cuando san Pedro dijo al Señor que se apartase de él porque era pecador, le contestó Jesús, que no temiese, noli timere. Dice S. Agustín que en la Sagrada Escritura, la esperanza y el amor obtienen siempre la preferencia sobre el temor.

6. Según observa S. Francisco de Sales, el trono de las divinas misericordias descansa sobre
nuestras flaquezas, pues no pudiera Dios ser misericordioso, si no hubiese miserias de que compadecerse, ni pecados que perdonar. Por esto dijo Jesucristo terminantemente, que había venido al mundo no para los justos, sino para los pecadores

7. Dios nos ama aunque aborrezca nuestros defectos. A una tierna madre desagradan las flaquezas y enfermedades de su hijo, sin dejar por esto de quererle, de compadecerle, de ayudarle y de asistirle, con tanta más asiduidad cuanto mayor es la gravedad de la dolencia.

8. Tenemos, dice S. Pablo, un pontífice cariñoso, que sabe compadecerse de nuestras enfermedades; y este es Jesucristo, nuestro hermano y mediador.

9. No te turbes sobre el destino de tu predestinación; está en manos de Dios y de consiguiente más seguro que sí estuviese en las tuyas.

10. Enseña S. Francisco de Sales, que un excesivo temor de condenar se prueba más necesidad de humildad y resignación que de reflexiones.

11 . Por este motivo, viéndose S. Bernardo tentado de desesperación, respondió al demonio: Aunque yo no merezca el paraíso, Jesucristo lo ha merecido por mí: y como ninguna necesidad tiene de sus méritos, me ha cedido a mí los que ha atesorado; así pues, me salvará en El y por El.

12. En vez de desconfiar, extiende tus deseos a cosas. importantes y a grandes virtudes; porque, como dice Sta. Teresa, el Señor gusta de las almas generosas , con tal que desconfíen de sí mismas. Procura el demonio persuadir a las almas que es efecto de soberbia el concebir deseos elevados y querer imitar á los santos. Cuidado, pues, en no dejarse seducir de sus engaños. Da, muchas fuerzas el aspirar á cosas altas; y por otra parte él demonio se ríe de los espíritus irresolutos y pusilánimes.

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